Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
El velo de lo irrepresentable / Francisco Sanfuentes – 137 signadas – ahora – por su índice estético. Sin embargo esas personas que son huella en la fotografía, pudieron o podrían existir del otro lado del muro. Nunca las conocere- mos, nunca podremos salvar la insondable distancia que nos separa. La imagen de la enfermedad no es la enfermedad La in-elocuencia narrativa de una imagen es la distancia ética que hace imposible tra- bajar con el facilismo “espectacular” de la imagen del sufrimiento. En este sentido, po- demos señalar que el muro es velo (veladura) de lo irrepresentable, de una interioridad inexorablemente lejana. ¿Qué significa entrar, documentar demanera cruda y “espectacularmente” aquello que ha sido desechado y sepultado de forma definitiva? Eso que se calla, se oculta, se ignora. ¿Significa, acaso, llegar a conocer algo más allá de las facciones de lo que ya es, definitivamente, lejano e incomprensible? ¿Qué significa aquí conocer o representar? Desde la calle, sólo podemos imaginar aquello que es informe y resiste a ser diseccio- nado. Ese muro es entonces “umbral”, es decir que manifiesta, exuda y contiene huellas de lo que se quiebra cotidianamente en el interior, de lo que no se deja ver desde la calle. Comencé a visitar recurrentemente esa calle, de ida y de vuelta, insistentemente, como si esperara algo. Sólo circundar y no tocar. La repetición del recorrido como puesta en obra de la imposibilidad de conocer (una sonda en el vacío, vacilación, tem- blor e incerteza). El deseo de su emergencia en un recorrido luego “sistemático”, el cual dejará nuestra atención –en un sonido, en los límites del tejado, del muro y el cielo, en su topografía – que palpa con la mirada como si se tratase de la mirada de un ciego. La calle son los muros que encajonan nuestro recorrido. El muro es límite abierto a lo que siempre será lejano; sin tocar ni conocer la in- terioridad de lo privado que se esconde, sólo queda una mezcla confusa entre lo que inarticuladamente sabemos y la certeza de la imposibilidad de comprender lo que se intuye, que se muestra y se oculta entre lo visible y lo irrepresentable, en la dialéctica del adentro y el afuera. Se trata de aquello que sólo se puede señalar desde el afuera (mostrar lo que no se puede decir, porque sólo se puede decir lo que no se puede mostrar): el circundar acechando el ser que se cierra sobre sí mismo, lo cual es aquello que todos recorremos sin ver. Cuando niño suponía que esa construcción de dos pisos en José Manuel Infante era la morgue, esa sección que parecía ser la parte trasera del complejo del Hospital El Salvador y que era un espacio inquietante y seductor. En mi imaginación, los viejos extractores de aire lanzaban, desde aquella cerrazón irrepresentable, un hálito igual- mente irrepresentable, que era la muerte.
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