Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
134 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento ne todo: experiencias cotidianas, padecimiento e historia; pero, ¿nuestra experiencia acontece, acaso, en la ciudad, en el espacio público o en la calle? La ciudad es una suerte de abstracción que se manifiesta en múltiples planificaciones, cartografías y mapas. Una gráfica, una idea sin carne, sin piel. Es algo así como la visión en altura, don- de la ciudad es sólo una fantástica filigrana que, dibujándose a sí misma, constituye un seductor artefacto neoliberal. Los llamados espacios públicos, institucionalmente planificados, se construyen a la luz de los imperativos de la circulación expedita del trabajo, de la segregación y del consumo. Ellos son una ficción del poder y, por tanto, la negación sistemática del simple acto de detenerse y de dejarse llevar desinteresada- mente, de aquello que se abre ante la mirada y el cuerpo, y que ya no nos pertenece. En palabras de Rojas: Si la ciudad ha sido siempre una ficción, la calle sería el vericueto de esa ficción. Las calles son como lugares al interior de un no-lugar. Si la ciudad es, como venimos su- giriendo, una ficción del poder (la ficción que el poder hace de sí mismo), entonces la calle es la multiplicación inverosímil de las ficciones. La calle es el lugar de esa demasía estallada, aún en los cuerpos disciplinados de los que transitan en la ciudad inhabita- ble, agolpados en la puerta del Metro u ordenados en la fila de la Lotería para comprar un boleto 4 Posiblemente, lo que aún se logra sustraer a dicho imperativo y que coexiste como otra capa a contrapelo de la ilusión de lo público es la calle, pero no como línea de dibujo, tránsito y circulación), sino como rincón o cerrado encuadre de una experiencia. Di- cho en otros términos, la calle en tanto aquel olor que Santiago no tolera: la mirada íntima sobre una mínima fracción o intersticio que puede transformarse en toda la experiencia posible. El reclamo de Descartes contra la ciudad, cuyo fruto es el azar y no la razón, sería que lejos de verse en ella una ciudad (esa abstracción planificada), ella es precisamente experimentada como calles. La ciudad sería la utopía del circuito sin calles, sin roce, sin paisaje: trayecto y rutina, ciega y sorda, entre lo que Humberto Giannini llama el ser para sí mismo y el ser para los otros 5 . Trayectos predeterminados para su correcto funcionamiento que no hacen otra cosa que marcar el pulso del devenir hacia el desva- necimiento o hacia la muerte. La ciudad es un deseo de totalidad, una idea, una artificio que no somos. En la ciudad, las calles son líneas y no calles. La ciudad es otra ficción del poder y, sin em- bargo, existe una ciudad residual, ocasional dirían algunos; un afuera del Geómetra, otra forma de acontecer del espacio público. El sendero que se abre por la circulación 4 Ibíd., 163. 5 Cf. Humberto Giannini, La reflexión cotidiana. Hacia una arqueología de la experiencia (1987; Santiago: Editorial Universitaria, 2004).
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