Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]

132 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento El velo de lo irrepresentable Francisco Sanfuentes Esto se trata apenas de un tanteo, una sonda en el vacío, que parte de una premisa, de un objeto de estudio o, más bien, de una experiencia: el malestar . Es difícil llamar objeto de estudio a algo tan indeterminado o carente de contornos y que, en un pri- mer momento, refiere a la desazón, la molestia, la inquietud moral. Posiblemente de la mano de un diccionario, la colección de una larga lista de sinónimos ayudaría apenas a rozar, de pronto a envolver sin tocar, aquello pudiendo ser nombrado bajo esa figura y que, casi siempre, se manifiesta en su indeterminación e incerteza. La sola mención de la palabra “malestar” genera una respuesta inmediata, de múltiples imágenes o defini- ciones, ya sea desde reflexiones más elaboradas hasta respuestas más bien automáticas, provenientes de la experiencia subjetiva . La palabra sería ante todo imagen o resonancia. ¿Es posible un objeto previo desde el cual debiera acontecer el surgir de la imagen y sus consideraciones: desde la palabra que evoca y resuena, la cual casi inmediatamente deja surgir la imagen de lugares, espa- cios vistos o no, por cada uno de nosotros y que de pronto ambos, palabra e imagen, se constituyen en una unidad capaz de bastase a sí misma y agotase en su aparecer? Algo así como el hielo de un instante . El desasosiego es otra palabra que nos convoca; evoca en este caso la interrupción, la caída de su contrario. Y el sosiego es su contrario. Una mirada fenomenológica apelaría a la apertura de aquella primera vez de re- sonancia de la palabra. La palabra es un objeto en constante apertura. ¿Son el espacio público y la calle objetos? ¿La palabra y la calle son objetos? Se trata entonces de reco- rrer las calles como se recorren las definiciones y las resonancias en las páginas de un diccionario. ¿Qué sería de la mirada en esa primera vez de un recorrido callejero, con apenas algunos supuestos y la sospecha de la imposibilidad de comprender a cabalidad lo que se manifiesta cuando la calle se abre ante nosotros? Se trata aquí, justamente, no de una fenomenología de la palabra, sino de una fenomenología del espacio público. Lo que éste nos provoca, conmueve, seduce, o bien aquello que de él nos causa desaso- siego. ¿Qué es lo que se está manifestando cotidianamente allá afuera, en las calles, en los muros de la ciudad plagados de multitud de escrituras, al modo de palimpsestos y de trazos indeterminados, siendo algunos sólo torpes garrapateos y, a veces, nada más que una pura presencia de pulsiones anónimas de algún sujeto? ¿Podrán acaso ser mencionados bajo la forma de una pulsión el muralismo callejero y las estéticas globa- lizadas del graffiti ? Por ahora lo dejo en suspenso. Pero este asunto no es nuevo. En la primera mitad de siglo xx, el fotógrafo húnga- ro Brassaï reflexionaba a propósito de la investigación visual que realizó en París, don-

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