Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
130 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento dividuo mismo respecto a las formas de subjetivación, en tanto se transformen en inscripciones culturales del recuerdo que adquieren cuerpo en el nombre propio también. El dispositivo de extrañamiento de la obra, a través del trabajo de ligazón- construcción , se puede entender a partir de lo señalado por Didi-Huberman cuando sostiene que: […] una mirada supone implicación, el ser-afectado que se reconoce, en esa misma implicación como sujeto. Recíprocamente, una mirada sin forma y sin fórmula no es más que una mirada muda […]. No es de extrañar que sea Walter Benjamin quien formule con mayor exactitud ese doble ejercicio, esa doble distancia a la que debería dedicarse todo conocimiento de las cosas humanas; un conocimiento en que somos al mismo tiempo objeto y sujeto, lo observado y lo observador, lo distanciado y lo concernido 33 . Siguiendo la formulación anterior, la condición de posibilidad para estar en un sólo tiempo distanciado y concernido requiere de una superficie topográfica capaz de dinámicamente traducir, así como, por lo mismo, distinguir mediante el trabajo psí- quico esa, según Freud, opacidad propia de lo inconsciente; mientras que también se trata de traducir y de distinguir cuando, a través de un encuentro de trabajo subje- tivo sostenido en el lazo a una obra, nos confrontamos a aquella mudez de lo real de la memoria traumática, es decir, a lo que otro ha respondido frente a ella, interpelán- donos con su obra. Del mismo modo, me parece que hay distintas formas de viajar con la historia, pues para conocer verdaderamente una ciudad – recurrimos, nue- vamente, Benjamin – hay que perderse en ella. En tal sentido, se podría decir que, para contemplar esos restos actuales de lo que muestra la dimensión pétrea y silente de toda historia, no sólo hay que extraviarse: hay que, también, agrupar piezas, des- cubrirlas frente a uno/otro, armar figuras y re-escribirlas justo ahí donde el golpe deja un borde, al modo del infans que, en medio de trozos de madera y de materiales inútiles, re-construye una vieja y conocida ciudad, hasta llegar a inventarla de nuevo para dejarse, por un tiempo, pasear en ella. 33 Didi-Huberman, “La emoción no dice yo”, 42.
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