Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
128 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento porque, a diferencia de la estatuaria donde se representa una escena sostenida por el discurso de una historia oficial, o incluso en discrepancia de toda una línea del arte contemporáneo orientado a trabajar bajo la consigna de lo irrepresentable y de la crisis de la representación, la recursividad del objeto- memoria nos insta a esta- blecer una coordenada de lugar para justamente construir un marco indicante , un tiempo de detención, una grieta en el espacio… , en un presente que no termina aunque aloja un fragmento vacío, un resto. La presentación y el señalamiento del suceso nos conducen, con/bajo aquel marco indicante , a hacer algo respecto de esa historia, admitiéndola, subjetivándola. Se trata de crear un espacio, en nosotros, para hacer que lo enmudecido – lo clivado – en la memoria traumática, hable y nos lleve a ha- blar con otros, sea para preguntar o simplemente para volver a hacer relatos y contar historias verdaderas. He aquí todo su riesgo. El memorial da testimonio de aquello que no debe –no puede – ser borrado, ni siquiera para el tiempo venidero, ya que no se trata de ruinas a interpretar, sino de evitar la desaparición y sostener la trasmisión de aquel testimonio. Estas praxis del trabajo con la forma atienden a la operación de la escisión o cli- vaje , en tanto condición de efectividad estética para no sólo devolver un sentimiento a algo que ha quedado petrificado, sino también para corporizar al pensamiento y devolverle así un cuerpo, una superficie de inscripción a algo que ha quedado mudo. Si es cierto que, sobre este plano, el régimen de la mirada y su dinámica están altera- das, entonces ya no se trataría de encontrar en la obra algo que, como lo sugiere Didi Huberman, vemos pues, en el fondo, nos mira 26 . Por el contrario, en lugar de ello nos confrontamos con aquello que, por efecto de la violencia del Otro, ha quedado escindido para que a través del memorial nos hable. Si el infante juega a ser adulto y densifica el juego por medio del deseo 27 ; si en su juego deposita incluso las investiduras de su sexualidad infantil y sus enigmas, mien- tras el poeta traduce esa indagación de lo reprimido por medio de la palabra poética en el campo de las artes, siendo que a su vez el adulto trabaja y, en el intertanto, el infante del carretel , aquel que, de acuerdo a Freud, atraviesa el más allá del principio del placer, hilvanará a través de este juego un soporte que, negación mediante, afir- mará su gesto precario, así como un primerísimo movimiento de pensamiento, de ligadura y de metáfora 28 . Desde el grito onomatopéyico ante el encuentro con Otro 26 George Didi-Huberman, Lo que vemos, nos mira (Buenos Aires: Manantial, 2004). 27 Cf. Sigmund Freud, “El creador literario y el fantaseo,” en Obras Completas , vol. 11 (1908 [1907]; Bue- nos Aires: Amorrortu, 2007), 123-136. 28 Sigmund Freud, “Más allá del principio del placer,” en Obras Completas , vol. I8 (1920; Buenos Aires: Amorrortu, 2007), 3-62.
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