Malestar y destinos del malestar. Artes del descontento [volumen II]
114 – malestar y destinos del malestar Artes del descontento impacto de bala de alto calibre, que dañó su mejilla izquierda a la altura del pómulo y le dejó una perforación en el rostro. Este acto nos trae a la memoria la muerte del mer- cader y ministro, la cual acontece en 1836 cuando un grupo de militares lo detienen y le disparan un tiro en la cara, el que Portales intentó bloquear con sumano, acción que terminó por volarle un dedo y le abrió una gran herida en su mandíbula, que quedó destrozada. Finalmente, lo fusilan y lo rematan con sables. Extraña coincidencia, por cierto. Pero la verdad es que el bronce del prócer no sólo recibió un balazo, pues un buen tirador parece haberse ensañado con la metálica cabeza del estadista. Cinco orificios marcan la cabeza del bronce, uno más se cuenta en el brazo, como resultado de disparos probablemente realizados desde el Hotel Carrera por alguno de los franco- tiradores afines a la up. La ubicación de la estatua en aquellos años – unos metros más adelante de su actual emplazamiento – nos entregan dicha pista. Tengo en mi poder los balazos de Portales. Lo cual, de una u otra forma, es una contradicción, pues el efecto de un balazo no es sino una perforación, un agujero, un espacio. Pude sacar un molde de impresión de cada uno de los balazos sufridos por el cuerpo de bronce del prohombre que mira de frente a La Moneda. Y ese balazo – más allá de los mitos construidos alrededor de la historia o de la casual coincidencia que emparenta a la muerte física y a la perforación del metal – es en sí mismo un cúmulo de historia, una carga de memoria atesorada en las formas que rodean un espacio vacío, la huella de un proyectil que anota en el bronce la fecha en que acontece uno de los actos más relevantes de nuestra historia reciente. Sería posible hacer un ejercicio interesado, e interpretar este hecho como una nue- va muerte de Portales, baleado en bronce por quienes destruyeron el Estado y quisie- ron arrastrar a Chile hacia la guerra civil. Pero por sobre las interpretaciones particu- lares, lo que hace interesante esta anécdota es que materializa una idea que parece de relevancia: que el monumento no necesariamente es un signo estático en sus signifi- cados. Al contrario, y a pesar de su pretendida ubicación fuera del vivir cotidiano, el monumento – sea escultórico o arquitectónico – es parte de esta maraña de sentidos que es el espacio público, y aún antes de su destrucción en la revuelta, cuando el levan- tamiento popular termina por echarlos al suelo, resultan rasguñados por los vaivenes del acontecer de la historia, los cuales terminan por quedar grabados en sus piedras, sus pedestales o sus bronces. Los registros obtenidos de las perforaciones son ya en sí mismos monumentos portátiles, esculturas dotadas de historia aunque no de lugar. Mientras, en la Plaza de la Constitución, el monumento a Portales se mantiene mirando a La Moneda. En al- gún momento se discutió sobre su emplazamiento, pensando en la estatua de Allende y en la repartición de la Plaza para los tres tercios políticos de la sociedad chilena. No obstante, sigue ahí imperturbable. Por su parte, el Edificio unctad –el Centro Cultu- ral Metropolitano , ex Edificio Diego Portales – ha recuperado hoy su antiguo nombre:
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