Casta y sumisión. Chile a 50 años de la Reforma Agraria

98 – Casta y Sumisión Vida hacendal Imagen apacible de una historia relativamente sabida, algo estereotipada por se- ries de televisión que se regocijaron en el “derecho de pernada” de un patrón abusador y de las idílicas ensoñaciones de amores imposibles, con campesinos “jovencitos”, rebeldes e insumisos que desafiaban las leyes de la desigualdad. Ca- ricaturas, tal vez, de una realidad efectiva, marcada por una convivencia “insalva- ble” entre la casa patronal y las casas inquilinales. Esencia de una hacienda donde los campesinos aprendieron a aceptar la vida ofrecida, de trabajo literal “de sol a sol”, que durante generaciones se reprodujo sin grandes sobresaltos, salvo, por cierto, los eventos de la naturaleza o de la sociedad (interna), que de tanto en tanto alteraban una estructura basada en la complementación entre el poder y la subordinación: una comunidad de desiguales, como bien postula Bengoa (2015). Una sólida institución que se acercó a los trescientos años de vigencia dominante en los contextos del Chile colonial y republicano, hasta pasada la mitad del siglo pasado. Los relatos campesinos sobre ello son expresión clara de una historia ple- namente aceptada, una estructura desigual naturalizada, aunque recordada con cierta confusión, transitando entre alegrías, esfuerzos desmedidos y temores co- tidianos. Las alegrías refieren normalmente a los momentos festivos, mayormen- te veraniegos, donde la vida hacendal parecía centrarse en la convivencia armóni- ca entre patrones y peones, donde las niñas y los niños de ambos mundos podían compartir los juegos mientras las distancias semejaban caras de una sólida mo- neda. Hemos escuchado decenas de relatos evocativos de hombres y mujeres que comprendían esos momentos de profunda concordia, donde los esfuerzos por satisfacer los lujos patronales eran sentidos como una oportunidad de acercarse a ellos, tal vez de vivirlos realmente como propios, para observarlos de manera embelesada y sentidamente contenta: “Eran relindas las fiestas, las patronas todas lindas, peinaditas, olorositas. Noso- tras nos poníamos los vestidos más lindos también, como jugando eso sí, igual que los niños, como jugando”. (Exinquilina, Requinoa, 1998). Espacios marcados de religiosidad empedernida por las distintas partes; donde la figura clerical adosada al poder consolidaba la naturalización de un poder hu- mano vinculado a un poder sobrenatural: “El mismo Dios nos acompañaba, era lindo eso”. (Exinquilina, Requinoa, 1998).

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