Casta y sumisión. Chile a 50 años de la Reforma Agraria

Estado, terratenientes y campesinos / Octavio Avendaño – 47 de acceder a apoyo tecnológico, y también crediticio, se iría traduciendo en una suerte de dependencia de los pequeños productores campesinos respecto de las empresas agroindustriales. Por medio de este intercambio tecnológico las empre- sas pasaron a suplir el notable déficit que por casi década y media presentaron las instituciones del Estado. Cabe destacar que, hacia mediados de los años ochenta, la cobertura de los programas de transferencia tecnológica implementados por Indap llegaba solamente al 10 % de los pequeños productores. Adicionalmente, el aporte de las organizaciones no gubernamentales (ong) no lograba superar el 4 % adicional al número de campesinos atendidos por Indap. 5. Consideraciones finales Si se toma en cuenta lo ocurrido a partir de 1962, y luego de aprobada la Ley 16.640 en 1967, es posible advertir tres tipos de reforma agraria que se fueron asumiendo de manera simultánea. Una, promovida por los sectores tradiciona- les, con la finalidad de defender el statu quo y la condición de los grandes terra- tenientes. En esta misma línea, tanto los terratenientes como la derecha –en esos años– planteaba lo que denominaban “reforma agraria técnica”, que no implica- ba medidas de distribución de tierra; más bien, lo que se proponía era generar las condiciones para aumentar la productividad de los grandes predios mediante la innovación técnica. Una segunda reforma agraria, que hacía hincapié en mejorar la condición de los campesinos, revertir el déficit productivo de la agricultura, profundizar el desarrollo de la actividad industrial y superar el dualismo estruc- tural que, como en otros países latinoamericanos, caracterizaba a la sociedad chi- lena. Por último, aquella reforma agraria que buscaba eliminar todo vestigio de las grandes haciendas, así como del poder social y político que conservaban los grandes terratenientes. En términos del balance que se hace del período en cuestión, existen alre- dedor de tres posturas sobre los logros alcanzados por la reforma agraria y toda la transformación estructural llevada a cabo desde los años sesenta en adelante. Dentro de esas tres posturas se observan dos evaluaciones positivas, pero tam- bién una visión completamente crítica a la experiencia reformista. La primera postura –que también se puede reconocer para otros casos lati- noamericanos– considera la reforma agraria como un proyecto inconcluso. Es decir, como una experiencia en la cual se dieron importantes avances en mate- ria de mejoramiento en las condiciones de vida del campesinado, fomento de la organización y disolución de la gran propiedad. Todos estos logros se habrían

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