Casta y sumisión. Chile a 50 años de la Reforma Agraria
28 – Casta y Sumisión en su interior, e influyendo en las principales decisiones políticas del país. Fue así como las haciendas se transformaron, preferentemente, en fuentes de poder y de prestigio social de los sectores oligárquicos, asumiendo funciones más políticas que económicas (Bengoa, 1988). De hecho, quienes estaban vinculados inicialmente a otras actividades económicas, como la minería, invirtieron en la compra de haciendas por el prestigio social que estas les garantizaban (Zeitlin y Ratcliff, 1988; Stabili, 2003). Por otra parte, la importancia social y política de la gran hacienda se expresó también en el hecho de que fueron los terratenientes quienes lograron constituir, desde las primeras décadas de la República, su pro- pia organización, conocida a partir de 1838 con el nombre de Sociedad Chilena de Agricultura y, desde 1856 en adelante, como Sociedad Nacional de Agricultu- ra (sna) (Izquierdo, 1968, Bengoa, 1990:91ss.). Dedicada inicialmente a promo- ver la innovación técnica y la modernización productiva, la sna se transformó rápidamente en una suerte de “ateneo aristocrático” hacia el cual confluían los grandes terratenientes y las familias más influyentes del país (Izquierdo, 1968: 22ss.). A partir de los años treinta del siglo xx comienza el declive de las grandes haciendas. Ello se explica, en gran medida, por las repercusiones que trajo con- sigo la Gran Depresión de 1929, que provocó enormes alteraciones en el mo- delo primario-exportador prevaleciente durante todo el siglo xix. Uno de los indicios de su descomposición fue el de la migración campo-ciudad, la cual se intensificó a medida que avanzaba la urbanización y se daba inicio a una fase de desarrollo industrial. Otro de los indicios de la descomposición de las haciendas se expresó en la dificultad que tuvo la economía agraria de abastecer de alimentos y materias primas a las ciudades, y sobre todo a la naciente industria nacional. Junto al déficit productivo de las haciendas se puso también en evidencia el problema que aquejaba a los campesinos minifundistas. La baja producción y el reducido tamaño de los minifundios significaron, para estos campesinos –en muchas ocasiones–, la pérdida de su independencia y de la condición de peque- ños productores. Como ha señalado José Bengoa: “El minifundio era una pequeña propiedad que no permitía vivir de lo que producía; estaba necesariamente ligado a las haciendas donde los campesinos debían ir a trabajar por temporadas. Relaciones de dependencia por el trabajo, por las medierías, por los talajes, por los favores que ofrecía el patrón” (Bengoa, 1990: 16). Respecto del tamaño de esas propiedades, Bengoa señala que, hacia 1930, existían 57.360 minifundios de menos de 5 hectáreas, con un promedio de 1.57
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