Casta y sumisión. Chile a 50 años de la Reforma Agraria

Rompiendo el silencio. / Francisca Rodríguez – 165 Nuestra exclusión ha sido histórica. Desde la mitad del siglo pasado sufri- mos un ataque que busca eliminarnos como pueblos, comunidades y familias que ejercen y luchan por construir las muchas formas de soberanía. Sufrimos directamente los impactos de la contrarreforma agraria y del modelo neoliberal; del avance del capital sobre el campo y el abuso sobre los trabajadores campesi- nos desde el agronegocio y la agroexpotación. Aun cuando se han abierto desde el mercado algunas ofertas para adquirir tierras, continuamos excluidos y excluidas de la tierra, y con eso se agudizan los procesos migratorios. Se suma esto a la falta de oportunidades para la juventud en el campo, lo que impide que la tierra y la agricultura cumplan su función social de alimentar a nuestro pueblo y en libertad mantener, cuidar y reproducir nuestros patrimonios, especialmente las semillas, y lograr una educación perti- nente y respetuosa de nuestros saberes y de nuestra identidad. En las últimas décadas, desde los movimientos campesinos de América La- tina, los campesinos y las campesinas, indígenas y afrodescendientes, vivimos un proceso permanente de construcción de una propuesta política a partir de la disputa entre dos proyectos de agricultura: uno predominante en las políticas agrícolas de nuestros país, que bajo el manto de la modernidad está representa- do por el capital y las grandes empresas transnacionales; y otro, el que nosotras propiciamos, el que boga por la soberanía alimentaria, representado por los cam- pesinos que no han perdido su identidad de trabajadores de la tierra, y por las mujeres que cada día van asumiendo un mayor protagonismo en la producción de alimentos, sumada al cuidado y la defensa de las semillas . Por un lado, en la defensa del proyecto del capital está la mayoría los empre- sarios agrícolas nacionales, las multinacionales, los bancos, los grandes medios de comunicación. Son estos sectores los que han ido concentrando la tierra, el agua, los minerales, los productos basados en grandes áreas de monocultivos, de plantaciones forestales y cultivos acuícolas, principalmente para la exportación. La moderna producción se va mecanizando cada vez más, ocupando menos mano de obra, consumiendo más agrotóxicos y más semillas comerciales, inter- venidas genéticamente a base de las nuestras; semillas que han sido apropiadas y privatizadas mediante patentes, tratando de acabar con las nuestras, eliminando a la vez las muchas variedades creadas a lo largo de la historia por los campesinos y los indígenas, quienes hoy son obligados prácticamente a producir con semillas comerciales y el paquete de insumos que estas requieren. Esto, con un enorme costo económico que aumenta la pobreza y la desesperanza en las zonas rura- les. Si a ello se suma la creciente disputa por nuestros territorios para su cultivo, podemos darnos cuenta de cómo se va socavando la existencia de la agricultura

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