Casta y sumisión. Chile a 50 años de la Reforma Agraria
De logros y fracasos / Loreto Rebolledo – 131 y alrededor de diez a doce ovejas merino australiano (Irarrázaval, en Cousiño y Ovalle, 2013:169). En la hacienda había alrededor de 150 inquilinos, los que criaban hasta diez vacunos, cabras, caballos y burros que pastaban en la cordillera, en espacios que les daba la hacienda, y sembraban a medias con los patrones además de lo que producían en su cerco. Javier Irarrázaval era el clásico “patroncito”, en el sentido en que lo entiende el antropólogo de derecha Pablo Ortúzar: “La hacienda fue un lugar de encuentro, de dominación legítima, no de opresión arbitraria. El patrón ejercía el poder en el plano de la presencia cotidiana y la reciprocidad clientelar. La desigualdad de estatus entre él y el inquilino, eso sí, era total. El primero encarnaba, a vistas del segundo, todo lo bueno y lo honesto. Era el pulcro espejo en el cual se reflejaba la precariedad propia. Era el patronci- to”. (Ortúzar, 2017:12). Exigente en el trabajo, pero cercano y protector con sus trabajadores, daba con- sejos, proporcionaba ayuda en casos de enfermedad de sus inquilinos y dirimía conflictos familiares. “Tenía un apego familiar con la gente del campo y eso es im- portante porque es un apego familiar heredado. La responsabilidad que nos incul- caron nuestros padres con la gente del campo fue siempre de respeto, de solidaridad y de amistad” (Irarrázaval, en Cousiño y Ovalle, 2013:175) 4 . Él administraba la hacienda, residía allí con su mujer e hijos y conocía de cerca a sus trabajadores, con los que compartía en actividades laborales y festivas. Esa cercanía contribuía a la naturalización de las relaciones de dominación por parte de los inquilinos y trabajadores, la mayoría de los cuales percibía al patrón como alguien a quien se respetaba y obedecía, como muestran los siguientes testimonios: “Don Javier era estricto sí, bien educado, trataba bien a la gente, pero le gusta- ba que uno rindiera también. Y por supuesto que él estaba pagando y nosotros teníamos que esforzarnos. Él tenía sus cálculos y no podía pagar más. Bueno, nos conformábamos no más”. (Leonidas Salinas, excapataz de la hacienda, en Cousiño y Ovalle, 2013:425). “Yo me crié con don Javierito aquí, con el patrón (…) para mí él fue una persona muy buena. Nunca me retó, nunca. Él iba a la cordillera conmigo (…) entonces para mí él era una persona muy valiosa…Haga cuenta que él como que me crió a mí”. ( Jorge Manques, exinquilino, en Cousiño y Ovalle, 2013:431-432). 4 Ejemplo de ese apego es que, 44 años después, Javier Irarrázaval seguía visitando a sus exinqui- linos con los cuales se reunía en la ciudad de Illapel.
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