Casta y sumisión. Chile a 50 años de la Reforma Agraria
Derivas Campesinas de la Reforma Agraria / Jorge Razeto – 119 preocupáramos. Y al par de años salió la orden de embargo nomás, y al final vino la empresa ganadera y la remataron a huevo. Once millones pagaron por como ochenta mil hectáreas, imagínese, una pizca de plata le costó fíjese. Al final el mismo viejo quedó de capataz de la ganadera aquí, y le teníamos que pagar talaje nosotros a él. Todos los años le pagamos, siendo que esas cordilleras eran de no- sotros, ¡y mire que le pagábamos! Si yo sé pues, a mí no me vienen con cuentos. Nos hicieron huevo de pato, como se dice”. (Exinquilino, Putaendo, 2015). Tiempos de Modernidad El relato anterior es muy indicativo de una época desconcertante para los cam- pesinos, que vieron cómo las tierras pasaban de mano en mano. Un mercado in- édito de tierras se inauguró en Chile a partir de la Reforma Agraria. Tierras que históricamente habían sido del fundo, y que tuvieron una transitoria propiedad colectiva en manos campesinas, pasaron de una propiedad individual campesina a una individual no campesina, para finalmente terminar en posesión de capita- les bancarios que nada tenían que ver con la tradición agraria chilena. Más tarde, ya en los albores del presente siglo, las tierras lograron un estado de relativa es- tabilidad dominando en una buena parte de ella la nueva gran propiedad. No se trataba de la antigua hacienda, cuya vigencia acabó definitivamente, sino de una nueva estructura de producción agrícola y pecuaria, posicionada estratégicamen- te en los derroteros del mundo. En tan solo medio siglo desapareció definitivamente la estructura feudal que significó la hacienda, para dar paso a una inserción productiva global de cabal- gante modernidad. Eso representó justamente la Reforma Agraria, sin buscarlo seguramente sus impulsores –al menos en la forma que devino– la gesta reforma- dora del agro chileno significó finalmente un paso a la modernidad, siendo la ex- periencia campesina un pequeño apéndice en dicho proceso. Tal vez se trató de una justificada –para algunos– fase de socialización, para retornar a la senda del capital, esta vez financiero y especulativo, que sin piedad instaló dinámicas de ex- trema liberalidad. En esta vuelta, el campo mayoritario de Chile central se quedó definitivamente sin campesinos, al menos a la usanza antigua, para acoger nuevas formas laborales, donde los saberes, los sentimientos y las tradiciones quedaron definitivamente fuera. Es la época del nuevo peón errante: el temporero. “Si hay trabajo, trabajo; y si no hay, no trabajo pues, así me doy vuelta el año” (hijo de exinquilino, Illapel, 2013).
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