La ciudad como campo de estudio morfológico: Escenarios latinoamericanos en tiempos de crisis

157 índice de calidad de vida es inferior a la media nacional (Forray et. al., & Orellana et al., 2012). La comuna de San Bernardo, por ejemplo, cuenta con el cerro Negro, Hasbún, Adasme y parte del cerro Chena. Si estos ce- rros fueran parte del sistema de áreas verde de esta comuna, San Bernardo pasaría de tener 2 m 2 a 10 m 2 por habitante, acercándose a comunas de altos ingresos como Vitacura, que actualmente posee 8 m 2 de áreas verdes por habitante (De la Barrera et al., 2016a). Es por esta razón que los cerros isla constituyen un recurso significativo para aumentar la cantidad de áreas ver- des en estas comunas, promoviendo principios de equidad en los procesos de desarrollo urbano y aumentando la calidad de vida de los ciudadanos. A la cantidad de áreas verdes hay que añadirle el factor de calidad, el cual se relaciona con el tamaño de estas áreas. En Santiago más del 90% de las áreas verdes no superan los 5.000 m 2 y en las comunas de menores ingresos, estas tienen un tamaño menor a los 1.000 m 2 (Re- yes-Paecke & Figueroa, 2010; Forray et al., 2012). Los cerros isla por su lado presentan superficies que van desde los 2,72 ha (Cerro Navia) hasta los 1.744 ha (Lo Aguirre) (FCI, 2017), por lo que tienen el gran potencial de contribuir a la calidad de las áreas verdes de la ciudad. 2.4. Planificación territorial y cerros isla Muchos de los cerros isla cubren áreas que están fuera del lími- te urbano regulado de cada comuna, pertenecen a más de un terri- torio comunal, y/o están solo zonificados por el instrumento de pla- nificación regional, excluidos del instrumento comunal. En el Plan Regulador Metropolitano de Santiago, varios de los cerros isla –o parte de ellos– están reconocidos como parte del Sistema Metropolitano de Áreas Verdes y Recreación, lo que los excluye del desarrollo urbano. Los cerros isla, en su mayoría, son hoy elementos aislados dentro de la ciudad, debido principalmente a que la planificación no los ha reconocido como parte de un sistema geográfico, natural o ecológico específico, más allá de asignarles un uso de suelo como área verde (Forray et al., 2012). Debido a las debilidades normativas, la mayoría de estos cerros no se ha podido consolidar como espacios naturales de uso público, transformándose en fo- cos de delincuencia e inseguridad para las comunidades que colindan estos cerros, o bien han quedado totalmente aislados dentro de la trama urbana, resultando fragmentada su relación con el entorno natural, provocando su deterioro y muerte de sus ecosistemas naturales. En varios casos, estas de- bilidades han favorecido el desarrollo de proyectos inmobiliarios. En otros casos, han dificultado la gestión de los cerros ya que no existe concordancia entre los limites naturales de los cerros y los limites administrativos, donde la división del territorio en comunas en frecuentemente frena la consolidación de parques, y la ejecución de mantención cotidiana. Por otro lado, cerca del

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