Umbrales del Arte. Creación y Estímulo

Amanda Fuller 64 las personas, de todas las edades, procedencias y credos. La casa de mis abuelos era una casa abierta. Allí solía llegar cuanta persona necesitada de apoyo, alojamiento, o un mate , tenía la suerte de recibir la referencia de nuestra casa para pasar mejor la espera del bus o del tren hacia los distintos puntos cardinales que permitían las rutas camineras de esos tiempos. ¡Cuántas veces llegó mi mami o mi papi con alguien que conoció por ahí, que no tenía donde cobijarse del sol o de la lluvia en esas horas de espera! ¡Cuántas historias escuché de la vida, del amor y de la muerte, en esas horas! Freire era, en mi infancia, un lugar de tránsito para cientos de pasajeros de poblados hoy olvidados, como Las Hortensias, Antilhue, Metrenco, Toltén viejo; estaciones ferroviarias donde el tren se detenía a tomar y dejar pasajeros pueblerinos y campesinos que necesitaban acercarse o devolverse de los poblados y ciudades más grandes de las provincias. En la bulliciosa y colorida estación de ferrocarriles de Freire, mi madre y alguno de mis tíos y tías ejercieron como vendedores ambulantes de helados y frutas en época de crisis y falta de trabajo. Época que, paradojalmente, disfruté en la ingenuidad de mi infancia con la cercanía cotidiana de esos colores, olores y sabores, antes privativos de quien podía comprarlos. Pero como toda buena fortuna esa posibilidad se perdió rápidamente con el fin de los ramales ferroviarios. La ausencia de los trenes fue un punto de quiebre en la vida de todo el pueblo que vio desaparecer sus almacenes, carnicerías, zapaterías, botillerías y bares que se nutrían del paso de la multitud de pasajeros. Quedaron los mendigos sí, largo tiempo, dando vueltas por sus calles vacías. Y si algún día regreso a la aldea pensaba hace unos años ahí estará la Luca con su embriaguez obstinada. Para recordarnos quienes somos,

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