Distinciones póstumas y simbólicas a estudiantes víctimas de desaparición y ejecución política de la Universidad de Chile (1973-1990)

32 El primer lugar al que llegamos fue al Comité Pro Paz. Cuando lo cerraron, en 1975, se formó la Vicaría de la Solidaridad. Con toda la rebeldía que tenía el Monseñor en esa época, dijo que si nos estaban cerrando un lugar donde estábamos siendo acogidos los familiares, había que ver dónde seguir nuestra lucha. Al pasar los años, creo que la Vicaría de la Solidaridad fue el refugio más grande que pudimos tener. Ese lugar nos daba protección, era de hecho el úni- co lugar en el que estábamos seguras. Sabíamos que el patio de la Vicaría era el único espacio donde podíamos tener certeza de que no estábamos rodeados por la DINA. Cuando llegó el momento en que había que cerrar la Vicaría nos acogió FASIC, la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas, lugar del que guardamos los más lindos recuerdos. Era nuestra casa, la casa del apapache , en la que sabíamos que nada nos iba a pasar. Saliendo por la puerta, todo podía ocurrir, pero ahí dentro nos sentíamos protegidas. Para nosotras, como niñas, la Vicaría fue muy importante. Porque pasa algo que a mí costó entender, que es que una piensa que solo la persona que fue detenida sufrió, que una que es familiar no ha sufrido. Pero la verdad es que el entorno, la familia de los desaparecidos, sufrimos enormemente y algu- nos de los peores momentos, porque somos los que quedamos vivos. Noso- tras, además, las que éramos niñas para ese momento, crecimos en dictadura. A veces nos olvidamos de que toda la juventud sufrió también la vulneración de sus derechos, porque vivimos toda nuestra niñez y adolescencia con toque de queda y bajo amenaza. Yo he aprendido que los dolores no son homolo- gables. Los sufrimientos no son comparables, porque, así como sufrimos de manera permanente y hasta el día de hoy los familiares de detenidos desapa- recidos, miles de personas que nos hemos pasado la vida buscando a los nues- tros, también sufren los miles que estuvieron en la cárcel, quienes vivieron el castigo de tener que salir al exilio, los miles de relegados que tuvimos en Chile. Cuando recuerdo el tiempo de la Vicaría y de FASIC, también recuerdo que nosotras éramos jovencitas rebeldes en aquella época. Nuestras mamás, que nos protegían mucho, no querían que nos pasara nada, pero nosotras nos arrancábamos para poder salir a la calle a protestar. Salíamos y entrábamos a la Vicaría por la puerta trasera que tenían los curitas , para sumarnos a las manifestaciones y gritar: “¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos!” . Ese fue el primer grito que levantamos en los momentos en que iban cayendo nuestros papás. Digo nuestros papás, porque en la Agrupación hasta el día de hoy los hemos buscado a todos. Cada uno de ellos es nuestro familiar. Hoy, las que éramos niñas ayer hemos tenido que tomar la posta. Muchas de nuestras mamás, como la mía, que iniciaron la senda de la búsqueda de nuestros familiares, ya no están. Nosotras hemos tenido que levantar las pan- cartas que ellas nos traspasaron, pero también levantamos la pancarta de cada uno y cada una de las miles de personas que han hecho desaparecer. El conteo

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