Chile desbordado. Tensiones, resistencias y construcciones colectivas en el siglo XXI

- 24 - Proteger y encerrar mandas de afecto, que no son atendidas prioritariamente y que resultan fun- damentales para su constitución como sujetos (Sánchez-Reyes et al., 2019). La necesidad de afecto ha sido fundamentalmente canalizada a través de la figura de las cuidadoras, quienes posibilitan (según la perspectiva de los propios niños, niñas y adolescentes) el establecimiento de vínculos que son centrales para estabilizar la experiencia de internación, junto con reparar y resignificar las experiencias de violencia vividas antes de su ingreso al sis- tema residencial (García-Quiroga y Urbina, 2021). Dar sostén a las cuidado- ras y fortalecer las labores cotidianas que realizan, resulta fundamental para asegurar una experiencia de bienestar para los niños, niñas y adolescentes institucionalizados. Tarea que, sabemos, no resulta nada fácil, ni para las cui- dadoras, ni para los profesionales que forman parte de su equipo. Que se sostenga un funcionamiento como el que se ha dispuesto en esta política, requiere de actores que se hagan parte de un engranaje, que tiene ciertas reglas del juego. Estos actores se encuentran, habitualmente, someti- dos a tensiones y contradicciones que sostienen como pueden y que profun- dizan la posición acrítica del espectador impotente (Zelmanovich y Minni- celli, 2012) o lo que se ha llamado como inercia burocrática, que permite de- sarrollar la tarea del cuidado a través de rutinas funcionarias desprovistas de reflexividad, creatividad y autocrítica (Rodríguez, 2016), habitualmente or- denadas desde disposiciones jurídicas que los trascienden (el rol que juega Tribunales de Familia es clave en desplegar el circuito de la minorización ). Es importante, en este sentido, que los ejecutores operen no sólo a partir de la activación del circuito jurídico (nutrido por las carpetas y el historial del caso), sino que puedan contribuir desde prácticas de acompañamiento y apo- yo que se desarrollen por fuera de ese circuito, en el encuentro entre sujetos que hacen posible un vínculo de soporte que habilita lo social. Para algunos actores, la inventiva cotidiana abre espacios para esa fuga de la cuadrícula y para la creación, lo que otorga sentido a la intervención re- sidencial y permite que los niños, niñas y adolescentes sean reconocidos en su singularidad y en sus deseos. Se trata de microrresistencias, que no sólo ponen a niños, niñas y adolescentes en el lugar de sujetos, sino que también, a los adultos que allí habitan, quienes logran ejercer una agencia que les per- mite instituir un otro modo de intervenir, que se sitúa en el borde de la po- lítica residencial. Se trata de actores que logran leer y comprender lo que la política propone, pero al mismo tiempo, la desconocen para permitir la emergencia de la subjetividad (De Certeau, 2000). Se entiende que los niños y niñas no son carpetas, y se los recupera como sujetos a pesar de tener que

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