Chile desbordado. Tensiones, resistencias y construcciones colectivas en el siglo XXI

- 219 - Eugenia Pizarro distancia. En segundo lugar, la escolaridad virtual, las condiciones del tele- trabajo y las características de los hogares implicaron diversos desafíos para la organización de los espacios y los tiempos. En este escenario las vidas cotidianas se vieron significativamente altera- das, lo que se describe como una experiencia altamente estresante. Las mu- jeres exponen los desafíos que supuso desempeñar todos sus roles en el mis- mo espacio, configurando una superposición de tareas; esto incluyó organi- zar áreas de trabajo distintas, distribuir los dispositivos —muchas veces in- suficientes— requeridos para las actividades telemáticas y la mantención de la atención en múltiples labores a la vez. Del mismo modo, implicó perder la participación en actividades para sí mismo fuera del hogar. Así, de acuerdo con Palma (2020), la experiencia del aislamiento social en el hogar configuró una vivencia circular del espacio y el tiempo, en la que se desdibujan los ho- rarios y desaparecen las oficinas y las instancias de traslado. Acá en el día, estoy yo, mi mamá. Generalmente, estamos acá en el living, en la misma mesa. Mi hermana, en su pieza; a veces baja, pero general- mente su clase la hace arriba. Y (hijo). Entonces, habemos tres personas acá […] bueno, entrecomillas conectados porque, yo le presto en ese mo- mento a él el computador, porque tenemos sólo uno. Entonces, yo estoy con él al lado, porque él no realiza actividad si él está solito (Madre 4). Sobre esta base, es posible señalar que la experiencia de maternidad y abuelidad en pandemia refleja la desigualdad social que está a la base de la organización del cuidado. El precario equilibrio que se había sostenido en el cuidado compartido, se desestabiliza y aumenta, aún más, la carga de traba- jo de las mujeres. 5. Reflexiones finales El cuidado infantil compartido por madres y abuelas constituye una arista en la experiencia del desborde en nuestro país, manteniendo lógicas tradicionales de género que naturalizan la desigualdad. Al mismo tiempo, el trabajo de las muje- res ha permitido —parcialmente— contener la crisis de los cuidados (Arriagada, 2010) que amenaza con desbordar la organización social. El trabajo compartido de cuidados supone una labor de gestión, que obliga a madres y abuelas a planificar, ejecutar y supervisar una serie de tareas. Asimis-

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