Chile desbordado. Tensiones, resistencias y construcciones colectivas en el siglo XXI

- 195 - Pamela Soto la sobrecarga de las mujeres en el trabajo doméstico deba analizarse, al mis- mo tiempo, como un problema social y de manera urgente. Dado que la Familia en nuestro modelo de desarrollo es la llamada a ha- cerse cargo de la salud, la educación, las condiciones de ingreso para una vivienda digna o una jubilación con estándares humanos, parece imposible pensar una respuesta a la crisis de los cuidados sin asumir “una lucha para frenar la privatización de la reproducción social y para forzar una mayor dis- tribución que fortalezca a las mujeres y que cree las condiciones objetivas y subjetivas para ir más lejos” (Arruza y Bhattacharya, 2020: 67). Estas tareas no son resorte de los individuos, sino que nos interpelan como sociedad, tan- to en el plano cultural, simbólico como material y estructural. Estamos aún en un momento constituyente y, como han dicho Valdés (2021) o Miranda y Roitstein (2021) puede ser la oportunidad para garanti- zar un derecho, inalienable, al cuidado desde el nacimiento hasta la muer- te, construyendo una sociedad que reconozca la interdependencia propia de lo humano y la importancia de la naturaleza y el entorno en el que se desen- vuelve la especie. Sobre la base de un principio como el recién expuesto, se puede arribar a un derecho universal al cuidado que se operacionalice en políticas concre- tas, por ejemplo, del tiempo (flexibilización horaria, respeto de las licencias médicas, jornadas compatibles con el trabajo doméstico), de garantías de de- rechos que se traduzcan en prestaciones efectivas, de transferencias de re- cursos, de servicios accesibles y universales, y por último, culturales, que en- frenten el desafío de las transformaciones profundas en los modos de ser, estar y relacionarse. Políticas dirigidas, en síntesis, a cambios en el orden material y simbólico, que favorezcan una mayor democratización de las re- laciones humanas, incluidas las relaciones al interior de las familias, en las que puedan superarse las barreras de género y edad, para proyectar una vida justa y “situar la vida —y no el capital— en el centro de nuestro bienestar” (Gonzalvez, 2021: 212) Parece razonable salir, definitivamente, de soluciones estrechas en esta materia, ya sean intrasubjetivas (como la idea de resiliencia o de gestión in- dividual), familiares (como el fortalecimiento familiar o el desarrollo de ha- bilidades parentales) o de falsas compensaciones (como las transferencias de dineros en formas de bonos o las políticas hiperfocalizadas). En cambio, pa- rece sensato y sobre todo justo, avanzar hacia perspectivas ecológicas y sis- témicas que se enraícen en el principio de sostenibilidad de la vida y se atre-

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