Chile desbordado. Tensiones, resistencias y construcciones colectivas en el siglo XXI
- 161 - Magdalena Guerrero Llego tipo 7 de la tarde, veo si hay algo para comer, le doy once al niño, veo si tiene tareas, hecho a lavar ropa, repaso aseo un poco, me preo- cupo de los perros, le echo agua a las plantas, plancho para el día si- guiente, hago que el mono se duche, lo acuesto, veo que tenga la cola- ción en la mochila, que haya echado los cuadernos. Y al día siguiente a las 6 de la mañana en pie (Eugenia). Sin lugar a duda, las diferencias de clase, los contextos familiares, la flexibilidad en los trabajos y otras múltiples diferencias vitales inci- den en las experiencias del trabajo doméstico y de cuidados. Entre las entrevistadas, por ejemplo, una madre soltera (Ana) suele pasar a bus- car a sus hijos/as donde un familiar después del trabajo, y vuelve a su casa a preparar comida, limpiar, hacer tareas escolares, y un sin fin de responsabilidades asociadas al cuidado. Pero también hay otra mujer entrevistada que llega después del trabajo igualmente a cuidar, hacer tareas, acompañar, pero tiene el apoyo de una empleada doméstica, que le permite tener menos labores domésticas (Rosario). En todos los casos, no obstante, debe entenderse que el trabajo domés- tico y de cuidados es mucho más complejo que lo “tradicionalmente defini- do” (limpiar, cocinar, cuidar a los hijos/as). Este tipo de trabajo no significa exactamente realizar un conjunto de actividades, supone también y especial- mente, un estado mental. Significa responsabilidad y disponibilidad conti- nua, tiempo de estar “atenta a” y “disponible o vigilante a”; más que a una ac- ción concreta, representa un tiempo potencial de realizar alguna tarea (Ca- rrasco et al., 2019: 69). Sí, yo voy pensando mientras me voy durmiendo que no me quedan plátanos, que la Paula no come del yogurt del que queda, qué es lo que tengo que comprar, porque la Jose además no mezcla los líquidos con los sólidos y bla, bla, bla. Si yo le pido a Pablo que lo haga no va a ver la urgencia, entonces no se lo puedo delegar (Paulina). Esa tremenda carga es la que experimentan las madres trabajadoras asa- lariadas. Además, les han enseñado que son mejores cuidadoras que los hom- bres, y que tal como plantearon Carrasco et al. (2019), la imagen de la madre como la “mejor cuidadora posible” se vivencia casi como una verdad ahistórica. Como vemos, la reproducción de los roles de género que responsabilizan a las mujeres de las labores domésticas y de cuidados, persisten. Por una par-
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