Chile desbordado. Tensiones, resistencias y construcciones colectivas en el siglo XXI

- 152 - Experiencias de conflicto la cantidad de horas de trabajo remunerado que realicen (Carrasco, 1992; Lagrave, 1993; Brunet y Alarcón, 2005; Altuzarra Artola et al., 2018; Araujo, 2009; Batthyány, 2011). En un día tipo, las mujeres chilenas destinan en pro- medio 5,89 horas al trabajo no remunerado, mientras que los hombres desti- nan 2,74 horas (enut, 2015), es decir, la mitad del tiempo. Así, la carga global de trabajo femenino es mucho mayor a la masculina. Por otra parte, el impacto de la pandemia expulsó a mediados de 2020 nada menos que a 828.456 mujeres del mercado laboral (ine, 2022). Desde luego, desde entonces hubo una progresiva recuperación de la participación de la mujer trabajadora, pero las cifras de la pospandemia recogidas por la Encuesta Nacional de Empleo (ene) del ine (2022) apuntan a que las mujeres continúan participando menos que los hombres en el mercado laboral (48,3% frente a 69,6% de los hombres). La brecha de 21,3 puntos porcentuales es ex- plicada por el ine fundamentalmente debido a las tareas de cuidados: en el último año más de 1,4 millones de mujeres no buscaron trabajo debido a sus responsabilidades de cuidado en el hogar El problema de fondo es que el mercado laboral no está pensado para per- sonas con responsabilidades familiares, sino para quienes dispongan del apor- te de alguien que se haga cargo de las necesidades de cuidado de su familia (oit- pnud, 2009). Araujo (2009) señala que esta desigual distribución de responsabilidades exi- ge a las mujeres un permanente esfuerzo de articulación entre el tiempo destina- do al empleo y la familia, lo que contribuye a una intensificación de la carga de tra- bajo total. Los costos de esta intensificación son mayores en las mujeres de nive- les socioeconómicos medios y bajos, quienes cuentan con menores recursos para contratar servicios de cuidado y labores domésticas. Además, en esta población suele ser mayor la gravitación de modelos de género femenino tradicionales que otorgan mayor centralidad a ser dueña de casa y madre. Y claro, sabemos que el género configura prácticas, formas de hacer, ex- periencias, así como representaciones sobre la realidad, y en este sentido, es un principio organizador que enmarca las maneras en que las mujeres per- ciben sus trayectorias laborales y experiencias familiares (Arteaga y Abar- ca, 2018). No obstante, si bien el género ha sido una desigualdad fundamen- tal e históricamente institucionalizada, se exige pasar de un enfoque unita- rio a un enfoque que permita integrar desigualdades múltiples y superpues- tas que incluyen la etnia, la clase social, el origen nacional o la discapacidad (Expósito, 2012).

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