Chile desbordado. Tensiones, resistencias y construcciones colectivas en el siglo XXI

- 117 - Hugo Sir radojal de los estimulantes, constituyendo a fines de la década de 1970 propia- mente un modelo. Así, junto al trabajo clínico de Douglas y otros laboratorios de investigación, esta hipótesis será un importante factor del cambio de nom- bre desde 1980 en adelante. La hipótesis neuroquímica se encuentra en sus primeros desarrollos du- rante la década de 1970, vinculando el efecto paradojal entre consumo de es- timulantes y mejoras en el control de la conducta y la atención, con el au- mento de norepinefrina (o noradrenalina), que constituirá luego junto a la adrenalina y la dopamina, el comúnmente denominado centro de motivación y recompensa (Buitelaar et al., 2011; Mollon, 2015). A lo largo de toda la presentación de sus estudios y, particularmente, en una sección que habla de la relevancia de los resultados para la población en general (Douglas, 1972: 278), la autora señala expresamente que, siguiendo una intuición de larga data en la psicología, aquello que se vuelve a descu- brir ahora mediante las nuevas armas de indagación neurológica es la rela- ción entre capacidad atencional y grado de moralidad; señalando su acuerdo con quienes “sugieren que los niños que pueden mantener una atención es- table son también capaces de resistir la solución rápida y sin esfuerzo obte- nida haciendo trampa” (Douglas, 1972: 279). Este nuevo impulso en la cerebralización del problema moral del com- portamiento de las y los niños, cuestión ampliamente reconocida como par- te de la problematicidad social del diagnóstico tdah (Tendlarz, 2006), inclu- ye un mecanismo específico o, al menos, la promesa de especificación del mecanismo detrás de la capacidad moral de todos los seres humanos, a par- tir del estudio de aquellas y aquellos cuya atención se ha descrito en déficit. Ahora bien, no se trataría tanto de la cerebralización de la atención en gene- ral, sino de un particular recorte. La atención que acá se describe y se busca producir a través de la posibi- lidad de su intervención, se especifica en la medida en que las caracteriza- ciones diagnósticas van haciendo hincapié en esta dimensión por sobre los problemas conductuales más evidentes (como la imposibilidad de estar quie- to, sentado, el cambio constante de un lugar a otro, impulsividad, violencia, etc.). Así, en ese influyente estudio de Douglas es posible destacar dos rasgos que acompañarán la enumeración de síntomas y que tendrán una particular traducción en el caso de los adultos. Por una parte, una constatación tan antigua como el problema y que, en efecto, parece alojarse en el centro vacío de su polemicidad: no hay evidencia

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