Procesos de planificación curricular en educación en ciencias de la salud: desde un currículum eficaz a un currículum transformador: teoría y práctica
Prólogo 12 mortales. Inspirado en el texto sagrado, san Agustín podía escribir con alegría su especial homenaje a Dios, diciendo que “de la nada ha creado el Cielo y la Tierra”; pero nosotros no podemos permitir- nos tanto candor. El latinazgo citado solo se justifica como la contraparte de la creación humana, surgida sin duda desde lo conocido. En cierto modo, como una forma de nombrar en forma inversa la obliga- toriedad que tiene el hombre de crear a partir de lo que tiene disponible, de su experiencia y su entorno, en el mundo físico y espiritual. El camino siempre tiene huellas, y ningún escenario está libre de resonancias. No se escribe en una hoja en blanco, ni se pinta en una tela virgen. En cada caso, inevitablemente, hay una historia previa, unos antecedentes, elementos dispersos, vivencias acu- muladas. El gran escritor Ernesto Sábato nos dice: “Las obras de un escritor son como las ciudades que se construyen sobre las ruinas de las anteriores”. Una imagen instructiva aplicable a toda forma de creación humana, literalmente profunda, si se pien- sa en la clásica Troya destruida en una guerra feroz, y luego reconstruida nueve veces a lo largo de siglos, una sobre la otra. Ciertamente, en la medida en que nadie crea de la nada, cada creador está siempre en deuda con su pasado y su ambiente. En forma definida se puede afirmar que el adanismo no existe, porque sencillamente se crea a partir de lo que cada sujeto encuentra en su mundo. La creati- vidad humana es hacer un uso infinito de recursos finitos. Rara vez se produce una ruptura completa (¡si acaso sucedió alguna vez!) o una continuidad absoluta. Del mismo modo, no se puede pensar bien sin co- nocer lo que otros han pensado. En consecuencia, la primera preocupación de la educación debe ser el pasado. Hannah Arendt ha sido enfática en decirlo: “El pasado no lleva hacia atrás sino que impulsa ha- cia adelante y, en contra de lo que se podría esperar, es el futuro el que nos conduce hacia el pasado”. En el pasado está lo mejor del espíritu humano. Pre- cisamente allí se encuentran los recursos, las mo- tivaciones, aquellos elementos que nos permitirán avanzar en otras exploraciones. Desde luego, se re- quiere trabajo, estudio, una selección de lo que im- porta, y una renuncia a lo que nos disgusta o gusta en exceso. Sólo así podremos saber qué queremos cambiar y qué queremos preservar. En un contexto de alto cambio, de transformaciones aceleradas y a ratos desbocadas, el futuro nos invade y llegamos a creer que debe ser nuestro foco privi- legiado de preocupación. Pero no se puede hablar del futuro sin hablar del pasado, y ciertamente no se puede hablar del pasado y del futuro sin tener en cuenta el presente. No podemos separar lo que está constituido como unidad. Hay épocas que de pronto apuestan por una u otra de estas dimensiones temporales. También en esto el mundo romano nos dejó un especial ejemplo. Fue un poeta romano el que nos legó esta frase extra- ñamente popular, y de atractiva sonoridad: “Carpe diem”, (disfruta de lo presente, goza el día). En efec- to, fue el poeta Horacio quien inicia con ella uno de sus textos. El verso completo dice: “Carpe diem, quam minimum credula postero”, (disfruta de lo presente dando un mínimo crédito al porvenir). Una forma elemental de hedonismo, expresado en distintas épocas como una invitación a vivir en el ahora, hacia una acción inscrita en la inmediatez, sin dar mucha importancia al pasado y al futuro. Enteramente concentrado en un tiempo presente, alegre y gozoso, sin consideración de causas y con- secuencias. Un triunfo de la voluptuosidad del ins- tante, el establecimiento del presente como la única realidad. Su lado rescatable tal vez sea el aprecio por una perspectiva inmanente y no trascendente; y un rechazo a concebir un ultramundo, una vida más allá de lo terrenal. Sin embargo, las cosas suelen ser más complejas. Ya no podemos contentarnos con la simplificación es- toica: el pasado ya fue, el presente no es. Tampoco sirve constatar una y otra vez que vivimos en tiem- pos de cambio. No olvidemos que desde antiguo el fenómeno del cambio ha sido un importante objeto de inquietud y de reflexión. En el tercer milenio aC, el Poema de Gilgamesh, una obra literaria y secular, enseñaba: “Desde los días de antaño no hay nada permanente”. Luego, en el siglo VI aC, el filósofo griego Heráclito Éfeso afirmaba que el flujo continuo es el principio esencial de todo lo existente. En su perspectiva, el cambio es constante,
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