Procesos de planificación curricular en educación en ciencias de la salud: desde un currículum eficaz a un currículum transformador: teoría y práctica

Joseph Campbell, conocido especialista en mitolo- gía y religión, ha señalado que el héroe mitológico comúnmente abandona su espacio familiar atraído por el encanto de lo desconocido. Consideremos que la filosofía es una disciplina que procura, precisa- mente, hacer que las personas se interroguen y cues- tionen su existencia. Busca tensionar el pensamiento con el fin de poner al descubierto el engaño (y el au- toengaño), la falsedad, los estereotipos, el prejuicio. Sócrates se definía a sí mismo como un tábano, por- que quería sacudir las conciencias, producir inquie- tud, introducir desorden. Todo esto con sus pregun- tas insistentes e incómodas. La misma inclinación se encuentra en Diógenes, apodado “Perro”, quien gustaba de practicar una especie de mordedura pe- dagógica: “Los demás perros muerden a sus enemi- gos, mientras que yo muerdo a mis amigos con la intensión de salvarlos”. Terminando el siglo XX, mucho antes de Edgar Mo- rin, de Howard Gardner y algunos otros, el libro La educación encierra un tesoro, escrito por un selecto grupo encabezado por Jacques Delors, sintetizó con propiedad los cuatro aprendizajes fundamentales, aquellos que hacen la formación por excelencia: “Saber ser, saber convivir, saber conocer y saber ha- cer”. Formidable propuesta, excepto por un peque- ño detalle, esta enumeración no cubre todo el cam- po de los aprendizajes necesarios: todavía es preciso agregar el “saber crear”. Así, entonces, del conjunto de los aprendizajes que cada estudiante debe lograr: ¿Cuánto debe ser en- señado y cuánto es mejor que cada cual lo aprenda por su propia iniciativa? ¿El aprendizaje formal re- emplaza realmente (y hasta qué punto) la experien- cia directa, la observación libre, la práctica lúdica, el atrevimiento, la frustración o el dolor? Menudo problema. Una vieja historia es ilustrativa. Se cuenta que la nave Argo, en la que viajaba Jasón a la búsqueda del “vellocino de oro”, arribó a una pe- queña comunidad en donde vivía el anciano Fineo, de gran sabiduría y dotado del don de la profecía. Generoso como era, cada vez que lo consultaban respondía sin restricción cada pregunta y cada soli- citud. La vida se volvió fácil para quienes lo rodea- ban, dado que ya no necesitaban buscar por sí mis- mos ni ponerse a prueba. Todo estaba a la mano. En su deseo de ayudar, Fineo había cometido un gran error. Irónicamente, su generosidad abrió la puerta a la pereza, haciendo que los hombres se volvieran pasivos y débiles, sin deseos de emprender. El “justo medio” del que hablaba Aristóteles se ex- travió en esta experiencia. El sabio Fineo fue in- capaz de reconocer esa delicada proporción, ese sentido de la medida, en donde se articula aquello que los hombres pueden aprender con apoyo de un maestro; y aquello que, inversamente, están obliga- dos a descubrir por ellos mismos. Pero todo esto podría ser una paradoja: reconoce- mos el acierto de Quintiliano, quien propone con certeza el desarrollo de una fundamental autonomía intelectual, en circunstancias que pertenecía a una cultura que como ninguna otra adoptó una litera- tura extranjera (la griega), leyéndola con pasión y detenimiento, conservándola con diligencia, divul- gándola sin restricciones. Lo anterior sin apego a ningún nacionalismo, y aún a su pesar. ¿Hay realmente una paradoja? De ningún modo; al menos no en este aspecto. En Roma surgió una cul- tura de gran originalidad por la vía de apropiarse en primer lugar de lo mejor del pasado, y utilizarlo lue- go para abrir otros mundos. La creatividad humana tuvo una notable elevación, justamente porque a la base estaban los mejores logros del espíritu huma- no. En Roma se leyeron a los filósofos, a los poetas, los comediantes, a los primeros historiadores. Se apasionaron por el mito y el logos , por la doxa y la episteme, por el arte y la arquitectura, por la ficción y la matemática, nada escapó a su curiosidad. Mucho después, Isaac Newton, considerado el mayor científico de la historia, llegó a decir: “Si pude ver más lejos que mis predecesores, fue porque ellos, gigantes de talla, me levantaron sobre sus hombros”. Con esto en realidad sólo parafraseaba al filósofo neoplatóni- co Bernardo de Chartres, quien escribió en el siglo XII: “Somos enanos encaramados en los hombros de gigantes. De esta manera vemos más y más lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda o nues- tra estatura más alta, sino porque ellos nos sostienen en el aire y nos elevan con toda su altura gigantesca”. No hay creación humana surgida de la nada. La creatio ex nihilo es un delirio teológico ajeno a los Procesos de Planificación Curricular en Educación en Ciencias de la Salud: Desde un currículum eficaz a un currículum transformador: Teoría y Práctica 11

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