Comunicación, política y sociedad. Estudios y reflexiones contemporáneas
Salvador Percastre-Mendizábal 149 Democracia y satisfacción Przewoski (2010) en su obra Qué esperar de la democracia, límites y posibilidades del autogobierno , menciona que la democracia “con todos sus cambiantes significados” ha afrontado repetidamente cuatro desafíos que continúan provocando una insatisfacción intensa y muy extendida en la actualidad ante la incapacidad de: 1) generar igualdad en el terreno socioeconómico; 2) hacer sentir a la gente que su participación política es efectiva; 3) asegurar que los gobiernos hagan lo que se supone que deben hacer y no hagan lo que no se les ha mandado hacer; 4) equilibrar orden con no interferencia. A menudo, cuando se relaciona la satisfacción con la democracia se vincula también con otros conceptos afines, como el desencantamiento de las instituciones políticas por parte de los individuos (Putnam et al., 2000; Norris, 1999) o la representación. Según el Diccionario de la Real Academia Española , la satisfacción puede ser entendida como el “cumplimiento del deseo o del gusto” (RAE, s.f.) y la calidad de la democracia se manifiesta cuando hay capacidad de influir responsable y reflexivamente en la construcción de la voluntad colectiva (Greppi, 2012). Esto nos puede llevar a inferir que tanto la satisfacción y la calidad en democracia son elementos que están conectados y que uno puede ser consecuencia del otro. Según Morlino (2003, 2007, 2014), la calidad en democracia se da cuando hay un régimen ampliamente legitimado y estable que debe satisfacer al ciudadano. De manera que, para poder analizar el avance o retroceso democrático en las naciones, resulta atractivo tener presente la evolución o involución de la variable del grado de satisfacción. La democracia ha ido sobreviviendo a las profundas transformaciones y se encuentra ahora en una encrucijada sin precedentes (Innerarity, 2020). Hay quien pronostica una renovada ola autoritaria (Sloterdijk, 2018; Klein, 2007), incluso con China como modelo de éxito. A lo largo de los últimos años, se evidencia una escasa satisfacción hacia la representación democrática, según los estudios políticos y sociales que abordan estas cuestiones (Santos y Martínez, 2020; Díaz, 2014; Galli, 2013). Sin embargo, dichas investigaciones han centrado sus esfuerzos en el estudio del ejercicio de la ciudadanía democrática, ignorando aspectos de orden socio-comunicacio- nal. La presuposición de juicio podría ser ¿para qué un sistema, reconocido como democrático representativo, si no se cuenta con una Comunicación Responsable que eleve la satisfacción a los representados? (Rojas-Betancur, Bocanument-Arbeláez, Ga- llego-Quiceno y Pineda-Carreño, 2018). Por su parte, Hofmeister (2021) sostiene que el éxito político de los sistemas representativos democráticos depende, en gran medida, de su capacidad para saber con claridad lo que piensan y quieren los ciudadanos, a fin de transmitir sus propios mensajes a sus destinatarios de manera adecuada. Los conflictos producidos por una mala gestión de la comunicación, pueden afectar a la construcción y consolidación de los sistemas representativos democráticos, ya sea a corto, mediano y largo plazo. De
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