Comunicación, política y sociedad. Estudios y reflexiones contemporáneas

Salvador Percastre-Mendizábal 137 imparable que, al igual que la invención de la pólvora, “habría de transformar a la sociedad de manera permanente e irrevocable” (notado en McChesney, 2013, p. 5). Hacia finales del siglo pasado, conocida como la época romántica de Internet, se predecía con fundamento en un pensamiento ciber utópico, que el hipermedio revolucionaría las formas y métodos clásicos de información y debate ciudadanos, la organización y movilización social, la participación política, así como los mecanismos de gobierno, lo que al final del día, incidiría en una mejora sustancial de la salud de la democracia. Proposición surgida por una sobre apreciación de los alcances y límites del nuevo dispositivo, en cuanto su capacidad para permitir la democracia directa; es decir, como mecanismo para que la población pueda incidir en los complicados procesos de toma de decisiones, superando las limitaciones de los procesos democráticos representativos. El argumento medular, de los entusiastas de la tecnología, radicaba en la noción de que por fin los ciudadanos, bajo el falso supuesto del acceso universal a la Web, podrían ser capaces, en contraste con los medios tradicionales, prensa y medios electrónicos, de utilizar las plataformas virtuales para informarse de temas políticos y eventualmente censurados por los guardabarreras editoriales, y así expresarse ante audiencias mundiales. Ello implicaría -argumentaban- profundas transformaciones, casi místicas, no sólo en los procesos democráticos sino en los mismos procedimientos del sistema informativo predigital. Y en última instancia, con ello habría de garantizarse un mayor grado de gobernabilidad de los sistemas políticos en los albores del siglo XXI. Profecías sustentadas en la idea de que, en tanto que la libertad de expresión no incluye el acceso gratuito a los medios, Internet, por su arquitectura y características, significaba el renacimiento efectivo de esta libertad. Bajo ese argumento, Negroponte se reconoce optimista respecto del futuro digital; sobre todo porque, como afirmaba ya desde mediados de los años noventa, “los bits que controlan el futuro estaban más que nunca antes, en manos de los jóvenes” (1996, pp. 249-253). Este autor, olvidó examinar que la participación política en la Red tenía diferencias de clase, especialmente las relacionadas con el nivel de instrucción, étnicas y geográficas, así como de capital económico, que resultan muy significativas en relación con la participación política de todo tipo. Pasó por alto, por ejemplo, que mucha gente piensa, a pesar de que las plataformas en línea han crecido en relación con asuntos políticos, que las conversaciones políticas estadounidenses se producen en su mayoría fuera de línea (Smith, 2013). Ya desde fines de los años setenta, Licklider y su colega Taylor profetizaban que la vida sería más feliz para aquellos que de manera individual navegaran en línea. Contagiado por este entusiasmo virtual, Rheingold expresó que los fenómenos relacionados con las “superautopistas de la información” tienen

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