Comunicación, política y sociedad. Estudios y reflexiones contemporáneas
Salvador Percastre-Mendizábal 103 sociales; el mundo exterior entra en las aulas con dispositivos digitales que, en teoría, serían espacios de concentración (negatividad) más que de dispersión; y la realidad de la violencia en las cárceles brasileñas se puede ver en videos de masacres por facciones rivales, difundidos (positividad) por teléfono celular. Las horas de silencio (negatividad) habituales en algunos espacios antes, como cines y teatros, ahora se pueblan de señales de telefonía móvil, lo que configura una sociedad marcada por el positivismo, la transparencia absoluta de la vida que ya no permite el descanso, ya que es necesario transmitir en todo momento para alimentar los diferentes feeds de internet (Han, 2017a). Es por ello que Han (2017c, pp. 169-170) plantea la posibilidad de que ya estemos viviendo bajo la lógica de la ubicuidad de la violencia, que también puede entenderse como una dimensión de la comunicación en la sociedad contemporánea, y a la cual caracteriza como sistémica y de positividad. Esta es una forma de entender un fenómeno ampliamente reportado en la prensa de todo el mundo, una violencia mediada por el lenguaje que ha sido propagada por la mediación de los números, es decir, el discurso de odio (Rothenburg y Stroppa, 2015; Simpson, 2013; Waldron, 2014), lo cual también es un ejemplo de la violencia de la positividad: La violencia sistémica, como violencia de positividad, carece de la negatividad de impedimento, rechazo, prohibición, exclusión y sustracción. Se manifiesta como exageración y desproporción, como exceso, exuberancia y agotamiento, como sobreproducción, sobreacumulación, sobrecomunicación y sobreinfor- mación. Y en virtud de la positividad no se percibe como violencia. No es sólo muy poco lo que lleva a la violencia, sino demasiado; no sólo la negatividad de no-tener-derecho-a, sino también la positividad de todo-el-poder. (Han, 2017c, p. 169, énfasis agregado) En una sociedad marcada por el positivismo, cualquier emisión tiene potencialmente su lugar, aunque atente contra el decoro, las buenas costumbres y/o configure una ofensa o incluso, en el límite, un discurso de odio. De esta forma, la delgada línea entre la libertad de expresión y el discurso del odio parece alcanzar, en este escenario, una confusión de entendimiento sin precedentes. El fenómeno de la desinformación también puede, por ejemplo, desarrollarse en violencia física, como alguien que muere de COVID-19 por creer en información falsa como medicamentos milagrosos, o no creer en la vacuna. Nos referimos aquí a contenidos difundidos aparentemente sin control, pero que en muchos casos son contenidos nocivos para la sociedad y difundidos de forma coordinada y financiada por sectores de interés, como se desprende del informe final de la Comisión Parlamentaria de Investigación de la Pandemia en Brasil (Senado, 2021, pp. 663-882). La violencia pensada desde la perspectiva de las posibles interacciones en internet y especialmente en las plataformas de empresas como Meta, Google, Amazon y Microsoft, se diferencia de la violencia como espectáculo habitualmente presente
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