Huella y presencia (tomo VII)

PREMIO "AMANDALABARCA" 2004: DRA. CECILIA HIDALGO do. Estuve en NIH, en Bethesda, casi 3 años, volví a Chile en abril de 1972 y volví a partir en mayo de 1974. Esta segunda vez el viaje fue a Boston, donde Tulio acababa de obtener una posición de postdoc en el MIT y yo logre conseguir una posición en el Boston Biomedical Research Institute. Y así fue el inicio de una larga carrera que me ha traído muchas alegrías y satisfacciones. Puedo decir con toda sinceridad que no me equivoqué. Que hacer ciencia era lo mío. Que hasta hoy sigo emocio- nándome con hacer investigación, que soy feliz al formular pregun- tas y obtener respuestas, a veces inesperadas pero siempre relevantes y que señalan el camino de los experimentos futuros. Realmente creo que esto ha sido un privilegio. Pero hacer ciencia siendo mujer y mamá no ha sido siempre fá- cil. Sobre todo en Boston, cuando tenía 3 niños chicos (mi hija Lucia nació al año de haber llegado a Boston) a los que había que cuidar, alimentar y educar sin ayuda doméstica de ninguna clase. Recuerdo haber corrido todo el día en esos años. Tenía un tiempo limitado para estar en el laboratorio, sólo de 9 de la mañana a 5 de la tarde. Y en ese tiempo tenía que hacer todo lo que mis colegas hombres tenían mucho más tiempo para realizar. Ese régimen de exigencia o te destruye o te obliga a afinar el olfato, a hacer sólo los experi- mentos precisos y a utilizar el tiempo con sumo cuidado, como una joya preciosa. . Y para complicar aun más las cosas, está la discriminación contra las mujeres que hacen ciencia o cualquiera otra actividad creativa con un criterio propio e independiente. Si te arreglas mucho y te preocu- pas de verte bien, corres el riego de no ser considerada una científica seria, sobre todo en los países del hemisferio norte. Si no te arre- glas, piensan que has perdido la feminidad y que podrás ser muy buena científica pero que has dejado de ser una mujer. Si hablas mucho o haces muchas preguntas, eres dominante y ambiciosa. Si hablas y preguntas poco, entonces no tienes nada interesante que decir, no eres original y careces de pensamiento propio. Pero la peor discriminación es tan sutil que pienso que ni siquiera quienes la practican están conscientes de ella. Se refleja, por ejemplo, en la actitud de desconectarse cada vez que habla una mujer en un gru- po de hombres. Simplemente no prestar atención, por una arraiga- da costumbre de pensar que las mujeres no tienen nada interesante que aportar. Esta actitud no sólo la he vivido yo, sino que muchas otras científicas que se encuentran con un muro de indiferencia y 107

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