Huella y presencia (tomo VII)
HUELLA Y PRESENCIA VII ción las clases de bioquímica del Dr. Osvaldo Cori y de biofísica del Dr. Mario Luxoro, quienes nunca transigieron en la búsqueda rigu- rosa de la excelencia. Al igual que mi madre, siempre me empujaron a rendir más allá, a esforzarme por hacer Jo mejor posible mi trabajo en una atmósfera de mucha excitación intelectual. Ellos nos hicieron estudiar los trabajos de los científicos más notables de la época y nos permitieron ver que también acá en Chile se podía pensar en ciencia en forma original. Especialmente a Mario Luxoro le debo este con- vencimiento de que en Chile se puede hacer ciencia de tanta calidad como en cualquier otro país desarrollado. Que con ideas, creatividad y mucha disciplina y trabajo es posible contribuir al conocimiento científico universal, incluso desde Chile. Ahora a nuestros estudian- tes esto les parece natural. Pero en esos años, a mediados de la década de los sesenta, era un pensamiento realmente subverstvo. Y hacer ciencia en Chile es ahora una necesidad imperiosa. Entre otras razones, porque representa un quehacer creativo necesario para generar nuevos conocimientos y formar jóvenes que sepan pensar en forma analítica en su ámbito profesional o técnico. Y también porque la tecnología que requiere urgentemente el país para avanzar en su desarrollo no se puede generar en el vacío y necesita una base sólida de investigadores en las disciplinas básicas. Al tomar la decisión en el año 1983 de volver a Chile pese a que ninguno de los dos poseía un nombramiento en la universidad, Tulio y yo teníamos la plena con- fianza de que acá en Chile podríamos continuar con nuestro traba- jo. Y no sólo haciendo investigación sino además contribuyendo a formar gente joven. Ambos nos demoramos un año en ser contrata- dos por la Universidad de Chile. Un año durante el cual trabajamos duro y ad honorem para poder armar nuestros laboratorios y equi- pos de trabajo. A más de alguien Je puede parecer una locura este salto al vacío motivado sólo por el deseo genuino de trabajar en el país que es de uno. Pero los años nos han dado la razón y sincera- mente creo que hemos hecho un aporte al actual despegue de la investigación biológica en Chile. Volviendo una vez mas a mi historia, al recibirme de bioquímica decidí hacer el doctorado en Chile, en el grupo de Montemar tra- bajando con axones gigantes de la jibia chilena Dosidicus gi,gas. Tras 3 años y medio de trabajo en cursos y tesis, y con un hijo de un año y otro en camino, obtuve en agosto de 1969 mi grado de doctor en ciencias de la U. de Chile. Y con mi flamante doctorado bajo el brazo y 7 meses de embarazo partí a NIH a hacer mi post-doctora- 106
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