Huella y presencia (tomo VII)
T.M. lliURJCIO Nl.AYA R. presos sus dirigentes y todo aquel calificado de "subversivo" y "antipatriota". Entre estos antipatriotas subversivos buscados con pos- terioridad está nuestro poeta cohete. Luego de un juicio -por su- puesto ridículo- es llevado a la celda 462 de la Cárcel Pública por orden de un tal ministro José Astorquiza, quien se encoleriza ante la burla de Gómez Rojas, quien en su juicio le señala con ironía y luci- dez "No hagamos teatro, señor Ministro". Habiéndose ganado la oje- riza del ministro es incomunicado y puesto a pan y agua. Se le gol- pea. Gómez Rojas saca fuerza de ese espíritu de grandeza y estudia Latín y métrica, escribe obras de teatro perdidas e n el tiempo. Es famosa una visita de Astorquiza a los subversivos encarcelados en que personalmente abofetea a Gómez Rojas por estar fumando. La celda es endemoniadamente fría; sus vecinos, un reo común y un loco que golpea constantemente su camarote. El 30 de agosto Gómez Rojas escribe en su diario: "El loco golpeó 64 horas, a razón de 200 golpes por hora: 10.000 catrazos". En ese ambiente demencial es torturado, mantenido sin comer (Astorquiza esgrimirá posteriormen- te que se negaba a comer); le quitaron sus libros y cuadernos, se le amordazaba cuando gritaba. El poeta comienza su rumbo hacia su ocaso. En su desesperación patalea, grita, se rasguña la cara. Es ama- rrado de pies y manos, desnudo, amordazado y mojado insistente- mente con agua fría: Para sus carceleros Gómez Rojas estaba "fin- giendo". Pálido, desnutrido, desfigurado por los golpes, incoheren- te y afónico de tanto gritar es materia de preocupación para sus verdugos. Buscando deshacerse de sus responsabilidades, engañan a la madre de Gómez Rojas (analfabeta) , haciéndole firmar un do- cumento que certificaba los buenos tratos dados en la cárcel y auto- rizando su traslado a la Casa de Orates. Nueve días después de su traslado muere, sin antes haber escrito en prisión: "Por eso nada im- porta, madre que a un buen hijo / los pobres hombres quieran herir. / ¡Pie- dad por ellos! / ¡Piedad, piedad, piedad! / Mi amor ya los bendijo / Que la luz de los astros les peine los cabellos". Su sepelio fue recordado como uno de los más multitudinosos que se recuerde de esos años, vigila- do por atentas ametralladoras y escuadrones de carabineros. ¿ Hoy quién podría recordarlo ignorando su paso por la tierra, por la pa- tria, por nuestra Universidad?. Él parece hablarnos : "Estoy solo y soy sombra. Los últimos ocasos/ sefueron y fue inútil abrirle al sol mis brazos... ". Curiosamente, quien entrara en la oficina de la editora de este li- bro, la Sra. Amanda Fuller, hubiera de pronto reparado en unos versos enmarcados. Eran los versos de Gómez Rojas transcritos en 95
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