Huella y presencia (tomo VII)
DRA. MARCEI.A BARRÍA c. Me dijo: "Pero Marcelita, las profesoras ganan tan poco... y con tu capacidad tú puedes ser médico..." en el entendido, por supues- to, que los médicos ganan más. Cómo iba ella a saber que, finalmen- te, igual terminé como profesora, eso sí que profesora de futuros médicos... , e igual ganando poco... En todo caso, por favor no se malentienda, creo que mi mamá fue muy sabia al inducirme a pensar en la Medicina. Entremos entonces en la Medicina. Me encantaba la Biología, también me gustaban los idiomas y ade- más era "buena para las matemáticas". Cuando niña, una de mis actividades favoritas era acompañar a mi mamá en su oficina y ayudarle a preparar las amalgamas; veía y escu- chaba con qué paciencia y afecto les conversaba a sus' pacientes y les explicaba su tratamiento. Mi papá también era dentista, ¿por qué, entonces, no me fui por el lado de la Odontología? Creo que, en alguna medida, tuvo que ver el hecho de que mis padres siempre destacaron que el trabajo del médi- co tenía mayor ámbito de acción, mejores posibilidades de realización y era mucho menos "sacrificado". Recordemos que en su época los dentistas trabajaban de pie y además ellos solían comentar cuán duro era trabajar siempre en presencia del DOLOR, con mayúscula. De todas maneras, yo percibía que les encantaba su profesión y la ejercían con auténtico cariño, pero claramente no la incentivaron en nosotros sus hijos (dos mujeres y dos hombres). En fin, "por hangas o por mangas", fui creciendo cada vez más con la idea de ser médico y siempre estudiando piano. Cuando tenía 14 años terminé los cursos de Teoría y debía seguir con Armonía, de acuerdo al currículo de los estudios de piano de entonces, que no creo haya variado mucho, Armonía es un ramo básico. En el Conservatorio Rosita Renard no había profesor de Armonía, así que se hizo evidente la necesidad de venirme a Santiago... yo, feliz. Mientras cuento esto me doy cuenta cuán aventure ra soy... ¡Ni un temor ni tristeza por salir de mi casa! Encantada de venirme a Santiago. Vino entonces mi papá a conversar con la maestra Flora Guerra, por recomendación de la Srta. Hilda, para ver si me podía tomar como alumna, en el Conservatorio Nacional, actual Facultad de Ar- tes de nuestra universidad. La señora Flora, gran pianista y mejor persona si cabe, me hizo clases para preparar el examen de admisión, y una vez aceptada en el Conservatorio, me tomó como alumna. 69
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