Huella y presencia (tomo VII)
POR QUÉ PINTO CABALLOS* Dr. Jorge Las Heras Bonetto El caballo de Trajano, el caballo de Adriano, el caballo del Cid Campeador. A lo largo de la historia, el caballo ha sido apreciado por reyes y emperadores, y ha sobresalido como corcel de guerreros. Des- de tiempos inmemoriales su noble porte ha sido inmortalizado en bronce y los poetas han celebrado su gloria y su fama. En la literatura los Cantos de Caballos llegan de numerosas voces, aunque siempre de hombres y mujeres que amaron profundamente al noble bruto. Algunos de esos Cantos fueron traídos por el viento y ahondados por el ritmo de los cascos sobre la piedra. Otros fueron escritos en el polvo, o reflejados y retenidos por el rocío sobre la hier- ba, antes de ser recogidos. Muchos de esos Cantos provienen de auto- res inmortales, pero la mayoría permanecen tan anónimos como lo fueron los sementales y yeguas que inspiraron sus versos. Alguién me preguntó un día ¿por qué pintas caballos? Si pienso en mi vida pasada, los caballos aparecen en la mayor parte de mis recuerdos, y en muchos de mis sueños. Caballos del campo familiar, mansos, que además de llevarme a pasear por los potreros infinitos y explorar cada pequeño rincón de la tierra ancestral, también se dejaban trenzar las crines paciente- mente. Caballos fieros, bellos, nobles y majestuosos que durante mis sueños se colaban entre las ramas de los árboles, mientras la luz del atardecer iluminaba el verde, azul y bronce de las plumas de su cola. Caballos alazanes, zainos, bayos, ruanos; potros de nácar, potros de azabache, caracoleando y relinchando sobre la tierra. Caballos en li- bertad, líderes de rebaño, símbolos de la potencia arrolladora y de la capacidad de movimiento, de la acción. Siluetas a la luz de la luna, sombras en la oscuridad, chispas entre las piedras. ¿Por qué comencé a pintar caballos? Por necesidad, por amor, por angustia. Paulatinamente fueron habitando mi tela. Caballos libres, tan salvajes, ligeros y airosos en su vuelo por los aires, que en su *Publicado en Revista de Psiquiatría Clínica Año XLII NºI Marzo 2005. 65
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