Huella y presencia (tomo VII)
DR. PROF.jAIME TALESNIK D. nica en Oftalmología), poseía esa envidiable formación científica en el campo de la Fisiología, disciplina base, donde se sustentaban los cimientos de la Patofisiología. De esta manera, en 1954, ingresaba a la cátedra de Fisiopatología en calidad de ayudante 2º, junto con otros colegas, que lo hacían de manera semejante a mí, constituyéndose entonces los nuevos fundamentos de esa Fisiopatología dirigida directamente por el Prof. Talesnik. Debo recordar esos colegas, magníficos, como el Prof. Jai- me Villablanca (actualmente profesor de Neuropsiquiatría en la Uni- versidad de California, en Los Angeles); el Prof. Enrique Espinosa (en la actualidad en la Universidad de Pennsylvania, USA) y la Prof. Ruth Prager (que partiera para Tel Aviv, Israel en 1971), siendo que todos estos catecúmenos alcanzaríamos una formación integral básico-clínica, o sea, recibiendo una fuerte instrucción perfecta- mente programada, tanto en relación con la formación científica como docente, con bases en la experimentación laboratorial y, al mismo tiempo, en el Hospital Clínico J J. Aguirre, donde adquiría- mos una importante experiencia clínica, cuyo ámbito guardaba re- lación con la propia tendencia profesional de cada uno, siendo en mi caso particular, en relación a la Cardiología de la Clínica Médi- ca, dirigida por el Prof. R. Valdivieso, de saudosa recordación. Entre aquellos profesores que posteriormente se agregaron al equi- po del Prof. Talesnik, debe recordarse con admiración el Prof. Víctor Domingo Ramírez, que después fuera profesor en la Universidad Austral en Valdivia y después en Estados Unidos, siendo en la actuali- dad Profesor de la Universidad de Urbana, Illinois. Además el Prof. David Yudilevic y varios de los actuales profesores del equipo docente de Fisiología de la Facultad de Medicina. Creo que entonces, fue tan grande mi felicidad por las expectati- vas futuras que se me ofrecían, que poco tiempo después caía en cama padeciendo de una hepatitis viral, que limitaría por un tiempo, que pareciera eterno, para integrarme efectivamente a las funciones de la cátedra y comenzara a ser de hecho, aquel discípulo de J. Talesnik. Recuerdo, era un hábito maravilloso del Dr. Talesnik, de formar y sumergirse en un ambiente musical, impregnando el ambiente de sones que conferían un particular encanto y emoción al laboratorio. Sus gustos musicales eran vastos, pero prefería al vate Antonio Vivaldi y al genio Johannes Brahms, inundando los serios laboratorios con los sones, notas y escalas de Las cuatro estaciones o de la Tercera Sinfonía. En la única oportunidad que la música perdía su trascendencia y 55
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