Huella y presencia (tomo VII)
DR. PROF.jAJME TALESNIK D. profesional que estaba iniciándose. A partir de esa reunion definitoria, en la que el Prof. Talesnik me formulara la invitación para integrarme a su equipo y trabajar con él en una empresa sui generis, reorganizar una futura cátedra de Fisiopatología. Se me pre- sentaba una oportunidad única, que se identificaba con un desafío muy especial: iniciar algo nuevo, diferente, orientado por alguien ampliamente capacitado, que podría seguir desde los primeros pa- sos; además, me seducía lo nuevo, novedoso y, quizás también, algo misterioso. Se presentaba frente a mí esa extraordinaria posibilidad, en la que podría realizar mi ideal profesional que se fuera robuste- ciendo paulatinamente a medida que iba también madurando en esa querida Escuela de Medicina, cuya letra E de Medicina, estaba cayendo retorcida, según la imagen que recordaba de mi infancia, cuando pasando en un tranvía 36 por la avenida Independencia, y preguntara a mis padres qué era ese singular edificio de altas e im- ponentes columnas griegas, que coronaban el bello jardín decora- do de altas palmeras. -¡Esta es la Escuela de Medicina, donde se forman los médicos que cuidan de tu salud y de todos nosotros! Esa imagen nunca abandonó mi memoria y ahora sería yo uno de esos maestros que enseñarían esa misión tan fundamental, más todavía, siguiendo los pasos de uno de los mayores profesores dentro de ese brillante equipo de doctores que subían las escalinatas de uno de los grandes desafíos que el hombre puede enfrentar. Así, cuando in- gresé a la Escuela de las columnas elevadas era un joven idealista, propio de esa época renovadora y de mucha esperanza: era la post- guerra, cuando ansiábamos un mundo mejor, casi perfecto, como lo deseábamos todos los que comenzábamos a subir las escalinatas de piedra, como ahora después de 50 años de la formación como mé- dicos, evocamos con una mezcla de saudade, cariño y una dosis de remordimiento. En ese momento, en que volvía a subir las escaleras, mas como novel profesor de la Escuela, sentía que esa ciencia médi- ca estaba conmigo y ahora dependía sólo de mí, de mi capacidad, de mi empeño, siguiendo lo mejor que podía deparar un joven pro- fesor: contar con el maestro diferente, sincero, dispuesto a conce- der todo aquello que también honestamente le pidiera. Ahora, era el momento en que sería posible amalgamar la búsqueda y hallazgo del conocimiento y proyectarlo en su perspectiva médica. Sin em- bargo, el Prof. Talesnik insistía, la tarea no es tan simple, porque sufriría muchas limitaciones y desencantos para alcanzar el propósi- to ideal. Evocaba el profesor que ya no se trataba del momento ima- 53
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