Huella y presencia (tomo VII)

HUELLA Y PRESENCIA VII cer tres días hospitalizada para practicarse un sondeo cardíaco y obtener mayor información sobre el estado de su enfermedad. La vi en otras oportunidades reforzando la idea del interés en ayudarla. Finalmente presenté a la Sra. Emiqueta y su caso en la reunión de cardiólogos que se realizaba semanalmente para analizarl asos comple- jos y tomar las mejores decisiones de tratamiento para los pacientes. En la consulta siguiente me miró a los ojos y me preguntó cómo estaba y qué habíamos decidido los doctores que la habíamos exami- nado. Por alguna razón su mirada inspiraba ternura. Le expliqué que la válvula mitral de su corazón estaba muy estrecha, que eso era la causa de las molestias que la estaban invalidando. También la manifesté con la mayor delicadeza posi- ble que la expectativa de vida, si no se actuaba, era de menos de dos años y que la solución no consistía en medicamentos sino en una riesgosa operación al corazón, que tenía una proporción de mortalidad, y que consistía en abrir la válvula estrecha mediante un procedimiento en que el cirujano introducía uno y dos dedos para dilatarla, permitiendo así el más fácil paso de la sangre y haciendo disminuir o desaparecer los síntomas. Respeté el silencio que mantuvo durante un momento para des- pués preguntarme dónde sería la operación. Le expliqué que la en- viaríamos al Hospital del Tórax y le di el nombre del cirujano que la operaría. Nuevamente estuvo silenciosa un momento y me dijo que deseaba tomarse un tiempo para pensar qué decisión adoptaría. Durante tres meses no vino a control y no tuve otras noticias de ella. Un día se presentó y le pregunté por qué se había desaparecido. Me dijo con seguridad: -Doctor, vengo para que me envíe a operar. Al consultarle cómo había llegado a tomar esa determinación con tanta seguridad, bajó la vista al escritorio y me dijo: -No se enoje, pero le voy a contar lo que hice este tiempo en que no vine. Había ido al Hospital del Tórax, averiguando en qué sala estaban las mujeres que eran sometidas a cirugía cardíaca. Todos los fines de semana durante esos meses se mezclaba con los familiares de pacien- tes que acudían en los horarios de visita, iba a la sala de hospitaliza- ción de cirugía y conversaba con las enfermas, en especial con las que estaban solas. Averiguó qué pacientes habían llegado con su mismo diagnóstico, y a través de las semanas apreció cómo les había ido en la 332

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