Huella y presencia (tomo VII)

REl.ATOS DE UNA PACIENTE La señora Enriqueta Dr. Car/,os Akel Ananías Conocí a la Señora Enriqueta, en el policlínico de cardiología del antiguo Hospital San Francisco de Borja, a finales de la década del sesenta. Se presentó enviada desde el consultorio de Lo Valledor, que e ra la población en la cual tenía una media agua en la que vivía con sus cinco hijos pequeños. La Señora Enriqueta tenía 36 años, era delgada y de mediana esta- tura. Su rostro era de facciones finas, ojos azules de mirada tímida, nariz proporcionada, una piel seca, quemada por el sol, pero que permitía apreciar en sus pómulos el color azulado rojizo que pro- ducía en las personas la estrechez de la válvula mitral del corazón. Su rostro estaba enmarcado por abundante cabello castaño claro, que afirmaba en un apretado moño a la altura de sus orejas. Su esposo la había abandonado, con el pretexto de buscar mejo- res oportunidades de trabajo y no había tenido más noticias de él. Era analfabeta y debió asumir la responsabilidad de cuidar y ali- mentar a sus hijos trabajando diariamente en el lavado de "ropa aje- na". En los últimos meses había comenzado a notar que en forma progresiva le costaba más desarrollar esfuerzos. El mover los pesados fondos de latón donde hervía la ropa, el tener que botar el agua de la artesa donde escobillaba las telas, le producían sensación de ahogo y tos, debiendo interrumpir por momentos su trabajo. Cuando una noche desertó sin aire, tosiendo, y expectorando pe- queñas cantidades de sangre, se preocupó y acudió al Consultorio de la población. De allí, con un diagnóstico adecuado, fue derivada a mi hospital. En la primera consulta me contó sus molestias, mirando casi siem- pre al escritorio, con un lenguaje educado y lento, haciendo presente su preocupación por sus hijos, ya que no tenía quien la ayudara. Le indiqué una terapia para atenuar sus malestares y le solicité los exámenes que se realizaban en ese entonces. Incluso debió permane- 331