Huella y presencia (tomo VII)

DR. RICARDO CRUZ-COK.E M. LA VIEJA GUARDIA El Decanato estaba ubicado en el segundo piso de la Casa Cen- tral de la Universidad de Chile, encima de la oficina del Rector que en ese entonces era don Juvenal Hernández. Sus oficinas ocupaban sólo cuatro piezas, un salón de reuniones, oficina del decano, ante- sala con una secretaria, otro escritorio para el secretario de la Facul- tad (hoy Vicedecano) y una pequeña bodega para el auxiliar. La Facultad de Medicina era un ente académico integrado por unos cuarenta Profesores (titulares) que encabezaban cátedras (asigna- turas), y rodeados por unos 20 profesores Extraordinarios (asocia- dos), que se reuní<;1n en sesiones semanales en las tardes, ya que todos vivían en el centro de la ciudad. Las comisiones también se reunían en la oficina del Decano. Las oficinas de la Escuela de Me- dicina se ubicaban en un local adyacente en el edificio central en la décima cuadra de la Avenida Independencia. Era dirigido por el Director, un profesor con amplios poderes administrativos que cum- plía los acuerdos de la Facultad. Los profesores eran elegidos por sus pares en estrechas votaciones con veinte a treinta participantes. Todos los profesores eran varones pero había algunas profesoras asis- tentes. Al comenzar la década de los años 40 la Facultad estaba dominada por una vieja guardia encabezada por el decano Larraguibel y los profesores de Clínica Médica. Exequiel González Cortes y Ernesto Prado Tagle, más el cirujano Álvaro Covarrubias y el profesor de Obstetricia don Carlos Monckeberg, que tenían sus cátedras instala- das en el Hospital Clínico San Vicente de Paul. Estos grandes maes- tros habían sido los reformistas de los años 20 y habían reemplazado a las poderosas figuras emblemáticas de comienzos del siglo que habían fallecido en la década de los años treinta, los venerados Fe- derico Puga Borne, Lucas Sierra, Gregorio Amunátegui, Augusto Orrego Luco, Ramón Corbalán Melgarejo, Alejandro del Río y Luis Calvo Mackenna. Mientras yo estudiaba sin problemas los ramos básicos, una nueva corriente de reformadores apareció en escena, encabezada por los brillantes profesores nacidos en el 1900, los inolvidables internistas Hernán Alessandri y Alejandro Carretón, el tisiólogo Héctor Orrego Puelma y los salubristas Sótero del Río y Hernán Romero. Ellos i_m- pulsaron una profunda reforma estructural de la enseñanza médi- ca que establecía un aprendizaje activo, introduciendo la práctica clínica temprana de los estudiantes centrada en disciplinas clínicas 31

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