Huella y presencia (tomo VII)
HUELLA Y PRESENCIA VII TRAYECTORIADEL MAESTRO El doctor Prado estudió en la Universidad de Chile y posterior- mente viajó a especializarse a Estados Unidos en 1964, becado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Ahí profundizó sus conocimientos sobre la epidemiología e historia natural, detección precoz, diagnóstico y tratamiento del cáncer cérvico ut.erino. Sus es- tudios los llevó a cabo en la Unidad de Patología del Departamento de Ginecología y Obstetricia del Columbia Presbyterian Medical Center, supervisado por el doctor Ralph Richart,jefe del área. Ahí se formó en histopatología y citología ginecológica, colposcopía e histo- ria natural de neoplasias cervicales. "Estando allá pude visitar, además, el Programa de Control de Cán- cer Cérvico Uterino de la Columbia Británica en Canadá, que en ese tiempo era el más eficiente del mundo. Durante mi estadía conocí los pormenores del laboratorio, los detalles de su organización, el tipo de registro que tenían y el seguimiento que hacían de los pacientes. En la actualidad este programa sigue siendo un ejemplo mundial por su innegable eficiencia y bajos costos de funcionamiento", recalca. INICIOS DEL PROYECTO Posteriormente, Prado volvió a Santiago a mediados de 1965, im- pregnado de la experiencia canadiense, hecho que coincidió con la firma de un convenio estratégico entre la OPS, el Ministerio de Salud y la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, cuyo fin era organizar en el país un laboratorio que contara con las mismas carac- terísticas del norteamericano y que sirviera como base para implementar un Programa de Control de Cáncer Cérvico Uterino para todo Chile. "Con un Grant de la OPS pudimos montar el laboratorio de citología, mientras que en la Clínica Obstétrica Universitaria (más conocida como maternidad), organizamos una unidad de colposcopía, con fondos provenientes de un Grant otorgado por la Fundación Ford", relata el doctor Prado. Pero poner en marcha el proyecto no era tarea fácil. "En 1965, poco antes de regresar a Chile, una de las citotecnólogas del laborato- rio del Dr. Richart en NuevaYork, accedió a venir a Chile para ayudar en la puesta en marcha de nuestra iniciativa. Colaboró en la capacita- ción de las primeras citotecnólogas nacionales, de las cuales tres toda- vía trabajan conmigo en la facultad. Ese año, en 1966, procesamos e informamos 7.000 PAP y al siguiente, 27.000. En 1967 también capa- 244
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