Huella y presencia (tomo VII)
HUELLA Y PRESENCIA VII Dr. Héctor Croxatto, en histología a l Dr. Arturo Albertz; recuerdo también con afecto a1 encargado de los a lumnos don Manuel Larraín entonces vicerrec- tor de la Universidad Cató- lica y más tarde obispo de Talca. Ten ía 16 ai'10s, la edad de la mayor parte de mis compai'ieros de estudios, me agobiaba la crudeza de los trabajos prácticos del ramo de anatomía, aunque Dr. Camilo l.arraín recibe diploma de reconocimiento del Decano d e la Facultad de Medic ina Dr. Jorge Las He ras entonces lo hubiera negado enfáticamente, ignoraba que eso era una situación común a todos los estudiantes de medicina como lo supe des- pués con sorpresa al leer la autobiografía de un médico y novelista francés de la época. Conocí algo después la Escuela de Medicina ele la Universidad de Chile a donde debí concurrir para rendir los exáme- nes ele las diversas asignaturas ante una comisión de profesores de am- bas universidades; era un edificio imponente de proporciones monu- mentales, frío e intimidante que sería destruido por un incendio algu- nos ai'ios después (1948). Continué mis estudios en la Escue la de Medicina de la Universidad de Chile desde el tercer año en adelante. Éramos aproximadamente 140 alumnos, incluidos 20 ó 30 extranjeros que procedían de Pe rú, Colombia, Bolivia, Venezuela, Panamá; teníamos como profesores a médicos de gran prestigio, entre ellos el Dr. Eduardo Cruz Coke en química fisiológica, el Dr. Cruz Coke era además Ministro de Salud y lograría poco después obtener la promulgación de las leyes de medici- na preventiva que tantos beneficios traerían al país, el Dr. Hugo Vaccaro enseñaba bacteriología, el Dr. J o rge Mardones Restat farmacología, el Dr. Alejandro Carretón patología médica, e l Dr. Carlos Monckeberg obstetricia. Este último daba sus clases en un auditórium de la materni- dad vecina, y en muchas de ellas lo acompai'iaban médicos, internos y mau·onas que con el trabajaban , las clases eran muy completas revesti- das de solemnidad, razón por la cual los alumnos le habían puesto el sobrenombre de "el faraón"; además había instituido un premio, "El Premio Monckeberg" como lo llamábamos, que entregaba todos los 22
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