Huella y presencia (tomo VII)

HUELLA Y PRESENCIA VII tumbres. Cuando viajábamos a las provincias, antes de cruzar un río, descendíamos y ella hacía un saludo muy especial para que sus espí- ritus nos ayudaran, lanzando a la espalda un poco de la arena del borde del río, en las reuniones sociales se dejaba un plato con la comida afuera, en la puerta de la casa, para dar alimento a los ancestros. Cuando llegábamos a un poblado saludábambs al jefe de los ancianos y así numerosas otras costumbres como la de los " meicos tradicionales". La doctora Sokambi me contó que tenía un tío que estuvo enfermo con un cáncer gástrico por lo que lo habían enviado a Francia para su tratamiento. Después de un tiempo volvió a Bangui sin expectativas de curación. Me contó que fue a visitar a un meico tradicional el que después de un período de tratamiento lo mejoró: El hacía su vida normal en Centroáfrica. En una ocasión, en la ruta a Birao, me tocó observar frente a una vivienda de adobe y totora, una serie de elegantes vehículos estacionados que contrastaban con la pobreza del entorno. Se trataba del lugar donde vivía este meico. Tuve curiosidad en conocerlo y a pesar que las consultas se daban con antelación, accedió a atenderme. No sé si ya sabía de mí, pero describió mi vida, mi familia, mis molestias de la espalda y me reco- mendó que me cuidara porque tendría una lesión en el ojo dere- cho y en el cuello (la tiroides), por lo cual me iría a operar. Me dio una serie de hierbas para reponerme del cansancio. La consulta me costó el equivalente de diez dólares en moneda local con lo cual podría satisfacer muchas de sus necesidades. Sus vaticinios se cum- plieron: a los pocos meses, tuve una lesión en el párpado superior del ojo derecho y estando en terreno, en Ndelé, ciudad prefectoral alejada de Bangui, tuve que ser atendida por médicos oftalmólogos alemanes, que estaban haciendo una gira por el país. Este grupo de profesionales venía a Centroáfrica en un programa de cooperación instituido por una fundación de beneficencia alemana y daban aten- ción profesional a grupos de pacientes que ya habían sido seleccio- nados por los generalistas y las religiosas en el terreno. Las cirugías más frecuentes e ran las de cataratas. Ellos traían pabellones quirúr- gicos y esterilizadores con grupos electrógenos, se instalaban duran- te tres o cuatro días en un hospital prefectoral, luego seguían a otra localidad y al cabo de una semana volvían al hospital anterior ha- ciendo los controles de sus casos. En Centroáfrica había solo un médico oftalmólogo y que estaba en el hospital de la capital y que no contaba con grandes recursos. Así estas visitas periódicas de los médicos alemanes eran muy espe radas y agradecidas. En relación a 138

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