Huella y presencia (tomo VII)
HUELLA Y PRESENCIA VII en el período de su cruenta guerra civil, o en el este con los refugia- dos de Sudán. Era emocionante verlos actuar sin temor a las balas y al cansancio instalando, carpas y puestos de salud. Sus antenas de radio las ponían en las copas de los escasos árboles del lugar. Cuan- do me encontraba con ellos le daba mis suministros y permanecía unos días trabajando con ellos y alojándome en las calpas. Diferen- tes grupos de los Médicos sin Frontera estaban por todos los países que los necesitaran. Ruanda, Burundi, Sudán. Ellos en realidad merecieron el premio Nóbel de la Paz que se les otorgó. En la región de Mbaiki al interior de los bosques vivían los Pig- meos, pequeños hombrecitos con sus familias cuyas condiciones de vida eran deplorables. Son un grupo humano en extinción. Los afri- canos los tenían de esclavos y los blancos como rareza. Su idioma es distinto y sus costumbres primitivas, las enfermedades los diezmaban. Cuando llegaban los blancos a visitarlos les llevaban sal yjabón y ellos realizaban danzas rituales de agradecimiento. Producía dolor verlos. Se necesitaba desarrollar políticas especiales de protección, había dos posiciones, una era darles un trato especial, crear una reservación, con escuelas y servicios de salud para ellos, darles trabajo y alimento, y, la segunda era tratar de incorporarlos al sistema Centroafricano y tratarlos con igualdad, dejarlos asistir a la escuela que no los acepta- ban y permitirles trabajar en la comunidad. Conseguimos hacerles una vacunación masiva y darles recursos para el centro de salud cer- cano donde les podrían dar atención. Las dificultades no las podía resolver el proyecto. El gobierno y agencias internacionales estaban centrados en ellos. Después del derrocamiento del emperador Bokassa, que pre- senciamos, con los saqueos de la población a los palacios, la ayuda internacional fue mayor y se notó el florecimiento del país. Yo vivía en Bangui en el condominio de las Naciones Unidas donde había ocho bungaloes con jardines y cuidadores. Era notable la solidaridad existente entre nosotros y en general con todos los funcionarios de las Naciones Unidas que habitábamos en el país. Formábamos una gran familia en que el director del PNUD hacia de líde r. Mi casa se convirtió rápidamente en un centro de re- unión de profesionales nacionales e internacionales. Yo vivía con mis hijos y al término de la jornada diaria venían los amigos a visitarnos, y en torno a bebidas heladas, comentábamos los deta- lles de las actividades realizadas y las proyecciones de nuestros trabajos. Eso me permitía tener un buen conocimiento d e l con- 136
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