Huella y presencia (tomo VII)

HUELLA Y PRESENCIA VII para el viaje de ida y vuelta y además de tiempo para realizar alguna actividad de formación. Con el responsable del programa PAM hici- mos el viaje arrendando una avioneta, el costo y la fatiga eran meno- res, pero era necesario que yo pidiera permiso a la OMS en Brazeville y los trámites resultaban un poco difíciles, por lo que sólo algunas veces lo pude hacer con viajes preparados con mucha adtelación. Por otro lado al hacerlo en camioneta era la oportunidad para que un número de profesionales nacionales me acompañaran y se trasladara los insumos requeridos. En la ruta visitaba los centros de salud y me alojaba en las misio- nes católicas o en las residencias de los médicos de la Cooperación francesa en las cabeceras de las prefecturas. Estas eran muy cómodas, grandes caserones coloniales con mobiliario simple y de madera, co- cinas con doble horno a leña y refrigeradores a petróleo. Los grupos electrógenos se utilizaban para el suministro de luz por ciertas horas y para los pabellones quirúrgicos. Habitualmente había un matrimo- nio de médicos franceses con dos o tres niños que permanecían en provincias por cuatro años, viajando periódicamente a París en sus vacaciones y en sus estadas en los hospitales para su puesta al día. Los enfermos complicados se referían a Francia. En algunas misiones protestantes encontré refrigeradores con pla- cas solares que daban buen resultado y que eran de fácil manejo y elevado costo, por lo cual los pedimos para tres centros de salud, uno cerca de Bangui para poderlo supervisar directamente y los otros dos en sectores más distantes. Esperaba asegurar un funcionamiento per- manente de frío necesario para las vacunas. La amortización del costo de estos refrigeradores sólo se producía al cabo de cinco años. La mortalidad maternal y neonatal era muy elevada, el número de partos en las maternidades era escaso, habitualmente ocurrían en el campo, atendidos rudimentariamente por matronas tradicionales, mujeres que por familia lo hacían. Incorporé la formación de ellas en el programa como una forma de tratar de disminuir la mortalidad. Formamos equipo con las voluntarias del Cuerpo de la Paz america- no, que hacían un apostolado de servicio a la comunidad. Se determi- naba un área geográfica y se contactaba a las matronas tradicionales. Se hacían grupos de 10 a 15 a las que se les daba formación elemental durante cuatro a cinco días, compartíamos la comida y el alojamien- to. Trabajábamos con los medios que ellas dispondrían cuando aten- dieran sus partos en las regiones rurales. En realidad, recordándolo ahora se ve el enorme esfuerzo realizado, pero en esos días estaba 134

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