Huella y presencia (tomo VII)
DRA. FILOMENA IOETIE FALAHA DE ZAJ.AQUETT bajo en esta disciplina que en los otros campos donde actúan las mu- jeres. Mi padre me compró un auto para movilizarme e ir a la facultad, un hermoso Fiat topolino verde que me acompañó durante mis estu- dios. Los compañeros a veces, mientras yo estaba en clases, iban a pasearse en el auto y cuando yo salía de las salas y no lo encontraba sentía pánico y lloraba. Lo confieso con el pudor que he perdido con los años. Una que otra vez los carabineros me buscaban en la sala pues el auto estaba en medio de los jardines y querían cursar una infracción. Después con el tiempo aprendí a valorizar las bromas de mis compañeros. El cambio desde mi hogar sobreprotegido a la uni- versidad fue muy grande, pero recibí el apoyo y el afecto de muchos compañeros que me ayudaron a superar este proceso. Era estudiosa y obtuve buenas calificaciones. Realicé mi memoria en el laboratorio de fisiopatología del profesor Enrique Egaña sobre el tema de Autoselección de Alimentos en Ratas, y cuando fue presentado a la Sociedad de Nutrición obtuve el premio del año 1954. Después de recibir mi título en el año 1954, hice mi especializa- ción en pediatría con el profesor Adalberto Steeger en el hospital San Juan de Dios. Luego debía presentar un tema en la Sociedad de Pediatría para ser incorporada en esa especialidad. Se empezaba tra- bajando ad honoren en el hospital en las mañanas, para seguir en la tarde en los consultorios del área Occidente a los cuales yo llegaba con mi fiel auto topolino. En el antiguo consultorio de Barrancas donde yo debía atender sólo a 21 niños, un día, estando cansada me quise retirar después de atender el cuadragésimo paciente pero llegaron más madres con niñitos enfermos y yo al desear finalizar mi jornada sentí una presión en la espalda, un padre muy angustiado me presionaba con un cuchillo, según yo creí, para insistir en que atendiera a su hijo. Había mucha demanda asistencial en invierno especialmente, y los médicos éramos escasos. Pero era gratificante cuando después de años uno se encontraba con esas madres y sus hijos. Un día en un acto del colegio d e mi nieta me saludó una señora, que me contó, que según su madre, yo la había atendido cuando pequeña. Me acerqué a su madre y al ver sus lindos ojos verdes, volvieron los recuerdos de haber luchado juntas en el con- sultorio para sacar adelante a la niña con un grave problema respi- ratorro. El profesor Adalberto Steeger jefe de los servicios de pediatría en el área, fue un gran visionario de la pedia tría, al mismo tiempo 123
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