Huella y presencia (tomo VII)
DRA. VALENTINA ACOSTA DE CROIZET so recitaba estrofas de García Lorca (La casada infiel), la mayoría escuchaba en silencio y sonreía. Para aplacar el nerviosismo antes de un examen, vi al hijo de un gran pintor italiano, Luis Strozzi, que entonando su propia música, a pequeños saltos hacía pasos de tarantela. Luis Alberto Heyremans, con su apostura y ojos soñadores acaso ya pensaba en un personaje de sus futuras obras teatrales que lo hicieron tan famoso. Claude Leclerc, recién llegado de Francia, con su acento galo, sus ojos azules y barbita rubia, hacia suspirar a las niñas... Se decía que él y sus padres habían pertenecido a la Resisten- cia Francesa en el tiempo de la ocupación alemana, lo que le daba una aureola especial. En 1948 cursábamos el 2 2 Año del Pregrado. Un día, como siemfrre nos hace clase de Histología el Profesor Dr. Walter Fernández Bailas a las ocho de la mañana. Su clase, muy didáctica, perfecta, brillante. Al finalizar, nuestro delegado de curso, Carlos Montoya, hoy profesor de Salubridad, nos indica permanecer en nuestros puestos. Acercán- dose al profesor le da las gracias por haber venido a hacernos clase en un día tan especial y triste para él: la víspera se había ahogado su hijo predilecto, "su pequeño gran sabio" como lo llamaba. Esa mañana lo dejó velando con la familia en su casa y partió a hacernos la clase... Nosotros, abandonando en silencio las butacas, lo rodeamos emo- cionados y conmovidos. Él, llorando se abrazó a nosotros. Dicen que el ejemplo vivo tiene más fuerza convincente que leer un libro de consejos. La otra gran impresión colectiva, como si hubiese sido un cataclis- mo, fue el incendio de nuestra Escuela de Medicina, la del frontis griego, el día 2 de diciembre de 1948. Ya se ha abundado mucho sobre el tema. No insistiré en detalles. Pero sí al ejemplo vivo de tena- cidad y fuerza de caráct~r para sobreponerse a las adversidades que mostró nuestra Facultad. No suspendió la docencia de lps 3 primeros años del Pregrado, que éramos los más afectados. Los alumnos salva- mos el año y de regreso de vacaciones nuestras Cátedras nos recibían tras enormes sacrificios y esfuerzos de acomodación, en los recintos universitarios de calle Borgoño ¡Bendita sea su memoria!. Entretanto, algo que no todos supieron: en el silencio de la noche, interrumpie ndo periódicamente el sueño con la campanilla de un despertador, un Profesor de la Facultad, cuyo Servicio y Cátedra se había quemado, procesaba a mano en su casa las biopsias proceden- tes del Hospital Universitario. Se habían destruido los equipos procesadores que trabajaban de noche, él los reemplazaba. Había 115
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