Huella y presencia (tomo VI)
DRA. MARTA VE!ASCO LA ESCUELA DE MEDICINA El ingreso a la Escue la de Medicina en el antiguo edificio de calle Independencia, con sus enormes columnas y sus grandes puertas negras constituyó un desafío. Me enfrentaba por primera vez a un ambiente mixto con una proporción de hombres y mujeres, de diez a uno, además de entrar en contacto con asignaturas que ponían a prueba nuestro temple, como Anatomía que obligaba a la disección de cadáveres en un ambiente muy precario. Debíamos además arrendar una caja me tálica con huesos huma- nos conservados en formalina, que llevábamos a nuestros hogares para estudiar en detalle las características de cada uno de ellos. Para- lelamente para el estudio de los cromosomas, Biología nos entregaba cajas llenas de vinchucas, las que yo guardaba celosamente detrás de un enorme cuadro sobre la chimenea del salón principal de mi casa. Debo reconocer que en mi hogar esto no causaba mayor impresión ya que en la consulta de mi padre, el Dr. Guillermo Velasco, podía- mos encontrar otros elementos de igual naturaleza. A fines de 1948, la vieja Escuela de Medicina sufrió un gran incen- dio que destruyó la mayor parte de las salas de clases y los laborato- rios. Nunca olvidaré e l puente de manos que formamos los estudian- tes, en el patio de la Escuela, para salvar la mayor cantidad posible de libros y otros objetos de valor. Con tristeza, pero conscientes de que los estudios no podían ser interrumpidos, nos trasladamos enérgica- mente a un improvisado local en calle Borgoño. Fue ahí, al ver por primera vez en unas probetas de vidrio la evolución de un ser huma- no, que me impresionó la Embriología, siendo distinguida al ser invi- tada como ayudante de esta especialidad. Tuvimos la oportunidad de aprender de un conjunto extenso de grandes profesores. Las clases de Eduardo Cruz Coke resultan inol- vidables, ya que no menoscabó en imaginación para transmitirnos conceptos que hasta entonces nos parecían muy etéreos: recurría a diversas técnicas con el talento y la e locuencia de un gran actor. Así, un día cuando disertaba sobre lo que eran las enzimas, se subió a un piso con el objeto de sacar un libro colocado en lo alto de un enor- me estante y nos preguntó qué era más importante, el libro o "el pisito" ; después de varias respuestas explicó que el pisito se com- portaba en este caso igual que una enzima, ya que aunque no inter- venía directamente en una reacción, su presencia e ra indispensa- ble, pues sin su ayuda no hubiera sido posible alcanzar el libro. En tercer año de medicina llegamos al hospital San Francisco de 73
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