Huella y presencia (tomo VI)

Hll EI.I.A Y PRESENCIA VI tancia del problema. En cambio Eduardo que se fue a Cambridge, no pudo convencer a quien era su patrón, R. Keynes, para que in- tentaran lo de las corrientes de compuerta. Afortunadamente, hubo un problema de logística en relación al aprovisionamiento de reactivos que obligó a Keynes a abandonar su proyecto por un tiem- po relativamente corto, lo que permitió a nuestro homenajeado de hoy obtener suficientes datos como para convencerlo de la factibilidad de su idea. De ahí su retardo respecto a Armstrong y Bezanilla. Como resumen, quisiera concluir que el Dr. Rojas cumple con creces la condición de ser un gran científico, no sólo a nivel local sino que internacional. ¿Pero es sólo eso? Pienso que Guayo es un ser humano como todos nosotros, de dulce y de agraz. Lo notable, en este caso, es que es de mucho dulce y de mucho agraz. Respecto a esto último, suele ser muy obstinado e intransigente cuando cree que se privilegia una regla por sobre los intereses legítimos de una persona, especialmente un estudiante; con lo cual, a veces, crea pro- blemas a las instituciones. Debo confesar que algo de eso también me ocurre. En una débil defensa de nosotros se me ocurre citar una frase que se atribuye y que está en la lápida de N. Rockefeller en New York: "Las leyes y las normas se hacen para servir al hombre, cuando éstas dejan de servirlo o se transforman en obstáculos, hay que repudiarlas". En relación con lo dulce, Eduardo es un fortísimo exponente de la cualidad que más valoro: posee una generosidad que parece no tener límites. En efecto, es muy difícil encontrar a algún fisiólogo de esta Facultad y también de otras que no hayan recibido algún tipo de apoyo de Eduardo: Ya sea un consejo atinado o en becas o en posiciones de perfeccionamiento en el extrartjero o en equipos o en reactivos de valor inalcanzable, siempre estaba Guayo dispuesto a resolver nuestros problemas. Una anécdota especial les puede describir a nuestro hombre de hoy: en el aúo 1998 me postu- laron por primera vez al Premio Nacional de Ciencias. En esa misma época algunas de las autoridades de esta Facultad quisieron postu- lar a Eduardo. El me podría haber ganado con cierta facilidad. Sin embargo, según me contaron unos pajaritos de mi confianza, Eduar- do rechazó categóricamente esa postulación argumentando que mientras no fuera premiado su primer maestro, él no podría postu- lar. Eso lo hizo secretamente y sin aspavientos. Todo lo relatado es grandeza, es creatividad, amor, generosidad, lealtad y verdadero humanismo. Eso es Guayo. 270

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