Huella y presencia (tomo VI)
HUELLA Y PRESENCIA VI y Cirugía Cardiovascular) y su Presidente en 1967-68, fue nombra- do Maestro de la Cardiología Chilena en 1991. Fue igualmente miem- bro activo, correspondiente u honorario de otras diversas socieda- des científicas nacionales e internacionales, entre ellas, la Interamericana y la Internacional de Cardiología, Fellow del American College of Cardiology y del American College of Chest Physicians, y de la Fundación de Cardiología de Chile. En todas dejó la impronta de su personalidad, de su acción y de la fecunda comu- nicación que establecía con quienes compartió su disciplina y su humanidad. Me resulta especialmente significativo recárdar los vín- culos que estableció con Eliot Corday, el notable cardiólogo norte- americano, por cuya relación éste influyó significativamente en nues- tro medio y fue factor importante para el conocimiento e implementación avanzada de la especialidad en el país. No menos meritoria fue su conducta profesional en el terreno del ejercicio clínico. Reconocido en su pericia, cultivó una clientela de- vota y agradecida, no sólo de su profesionalismo sino de la amistad con que jalonaba toda relación y del compromiso esencial con que revestía esa vivencia. No fueron solamente cumplidas las palabras que el ex presidente Aylwin vertiera en su funeral, al manifestarse como un paciente más de sus desvelos, y recordar su efectiva disposición de acompañarlo reservadamente, como médico personal, compañero y amigo, al asumir el poder ejecutivo. De más está decir que, a tal referencia, jamás le dio Gonzalo relieve, como si hubiera sido sólo una obligación formal de su antigua relación con el Presidente y ni siquiera un reconocimiento a una lealtad inquebrantable. Había contraído matrimonio en 1946 con Gabriela Ramírez, con quien formó un hogar muy unido y de mutua dedicación, acre- centada por el compartir con sus tres hijos, en quienes volcó, asimismo, su constante atención y ejemplar influencia. Pocas se- manas antes de fallecer, ya bajo los efectos de una enfermedad implacable, mantuvo su ánimo extrovertido inalterado hacia su familia, en la intimidad, y hacia sus alumnos de postgrado, en el hospital; porque mientras tuvo fuerzas, no cejó de proyectarse en una entrega inconmesurable a quienes él pensaba que se debía. De cara a la muerte, nos legó la última y quizá la más edificante lección de su vida: descartó todo ensañamiento y rebeldía frente a una disyuntiva ineludible, y con resolución ajena a todo embargo y preñada de certeza, la esperó con lúcida e hidalga resignación y tem- plada y alerta paciencia. 258
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