Huella y presencia (tomo VI)
DR. RENÉ ARTIGAS NAMBRARJ) pital San Borja de Santiago guarda los mejores recuerdos. Según nos cuenta "tuvo la suerte de tener dos experimentados maestros que le apoyaron y enseñaron en el manejo de los equipos quirúrgi- cos y las artes operatorias". (¿QUIENES?). En el año 1948 se tr~slada al hospital de niños Manuel Arriarán donde, por razones obvias, debe aprender las técnicas propias de la Cirugía Pediátrica. Su superior lo deja a prueba por 6 meses. Esos seis meses iniciales se convirtier_on en 26 años de trabajo ininterrumpido, con dedicación absoluta. El califica este tiempo como un período feliz y de innumerables éxitos. Entre los años 1950 y 1953, la Cirugía Pediátrica recién se independizaba. El primer Profesor de ese ramo obtuvo su título en 1918 y el hospital Manuel Arriarán inauguró su Servicio de Cirugía Infantil en 1920. Estos antecedentes son fundamentales para enten- der lo difícil que fue para este médico formarse como Cirujano Pe- diatra. Los actos quirúrgicos que se podían practicar eran escasos y muchas veces con resultados no muy satisfactorios. Dentro de las patologías difíciles y menos deseadas por los ciruja- nos se encontraban los pacientes quemados; los que eran recibidos en diferentes Servicios como el de Traumatología, Cirugía, etc. El hospital Arriarán no era diferente de otros recintos asistenciales y se mantenía fiel a la costumbre de destinar al último Cirujano in- gresado al Servicio para atender a estos pacientes. Fue así como el Dr. Artigas recibió el desafío de tratar a su primer paciente quemado, un niño, sin contar para ello con la información ni experiencia necesa- rias. El Dr. Artigas nos cuenta que fue educado por su familia con un espíritu de responsabilidad indeclinable, lo que ha sido fundamental en todo su desarrollo profesional. Esto mismo no le permitió dejarse vencer. Sabía que tenía obligación de buscar, dónde y cómo fuera, una solución para el problema. Por ello acudió a Bibliotecas, pidió ayuda a otros profesionales y, finalmente, encontró a una enferme- ra que le gtiió en sus primeros pasos para la curación de estos pe- queños ¡ dañados pacientes. Aún así los resultados lo dejaban abso- lutamente insatisfecho. En 1957, su jefe recibe la visita de un profesor de Cirugía Infan- til peruano, quien viene acompañado por su ayudante. Este joven médico era el Dr. Augusto Bazán, quien se transformaría en un entrañable amigo del Dr. Artigas; relación que se mantiene hasta el día de hoy. 241
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