Huella y presencia (tomo VI)

HUELLA Y PRESENCIA VI generosidad, gentil con todo el mundo y hoy, que no está fisicamente con nosotros, su legado persiste a través de quienes tuvimos el honor y el prestigio de ser sus discípulos más cercanos, como el profesor Guillermo Ormeño O. y el profesor doctor Rodolfo Miralles L. y mu- chos más pues la lista es muy larga, pero en ellos dos deseo reflejan el recuerdo de tan gran hombre y amigo y es por esta razón que los he invitado a dar su testimonio que a continuación se relata: "Recordar al profesor Adrián significa evocar aquella conocida canción "al Maestro con cariño". Tuve el inmenso privilegio de ser su alumno de pregrado en el año 1971, en el curso d~ Fisiología dictado para los alumnos de la Carrera de Odontología, situación clave para mí, debido a que me abrió las puertas para ser ayudante alumno de su Laboratorio de Investigación, durante cuatro años. En este período aprendí a conocerlo, quererlo y a apreciar sus muchas cualidades, dejando en mí una huella imborrable su inmensa "b@n- dad". Por cierto era un hombre bondadoso, manso, alegre de espíri~ tu, de fácil risa, modesto con su inteligencia, erudición y sabiduría. Conversar con él era un placer y, cuando hablaba de aspectos relacionados con la ciencia, aprendimos a conocer cómo "bailaban y brillaban sus ojitos" cuando se Je ocurría una nueva idea o encontra- ba solución o explicación a algún ·determinado problema. Cierta- mente, su ejemplo fue la base sólida que inspiró mi camino de amor a la ciencia y a la actividad docente. Él fue un hombre sabio, un humanista a toda prueba, siempre preocupado por el prójimo, ayudando tanto materialmente como humanamente a las personas con problemas. Durante todo el tiempo que compartimos con él, siempre tuvimos la certeza de que podíamos contar con su apoyo irrestricto, y por qué no decirlo, fue para muchos de nosotros un cariñoso segundo Padre". (Dr. Rodolfo Miralles Lozano). "NACE UN RECUERDO" Son muchos los recuerdos que el profesor Hugo Adrián Acuña me provocan desde que lo conocí a comienzos del año académico de 1967, cuando el Profesor Jorge Belmar me trajo al laboratorio que poseían el Prof. y el Dr. Wladimiro Lifschitz S. en el antiguo edificio que Fisiología tenia en la calle Zañartu, actualmente son las entra- das al estacionamiento frente al sitio en que se encontraba la fuente de Soda de don Chamelo. 180

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