Huella y presencia (tomo VI)

HUELLA Y PRESENCIA VI del Río. Recuerdo esa época con particular nostalgia. La cátedra de Pediatría dirigida por el Dr. Meneghello era muy organizada; con mucho rigor académico; alto sentido social; se le daba gran impulso al desarrollo de las especialidades pediátricas. Se hacía mucha do- cencia a todos los niveles y muy particularmente en el postgrado, tanto con becados nacionales como latinoamericanos. El curso de "Pediatría Clínica y Social" era una verdadera Escuela Latinoameri- cana de Pediatría. El Dr. Meneghello no sólo reunió un grupo de gente joven para que empezara a desarrollar las especialidades pediátricas, sino además nos dio libertad y apoyo para abordar aque- llos temas y estudios que considerábamos necesarios. Como además de la docencia la carga asistencial era grande, en poco tiempo tuve oportunidad de estudiar y diagnosticar toda clase de patología hematológica. Nuestro grupo logró tener una tremenda experien- cia clínica aún con patología poco frecuente. Así recuerdo que des- cribimos con la asesoría del Dr. Etcheverry, los primeros casos de Chediak-Higashi, tuvimos pacientes con todo tipo de anemias, y para estudiarlos pudimos montar el laboratorio correspondiente. Así empezó mi particular interés por las anemias. Empezamos trabajan- do con las Anemias nutricionales, particularmente con la carencia de hierro; describimos los distintos tipos de Anemias megaloblásticas (incluyendo Anemias perniciosas del niño y juveniles, Síndrome de Imerslund etc); reunimos gran experiencia con Anemias Aplásticas, incluso hicimos el primer transplante de médula ósea en niños en una paciente con Anemia aplástica (en conjunto con el grupo de Hematología de Clínica Alemana), diversas hemoglobinopatías, etc. Especial interés dedicamos a las anemias del Recién nacido y prema- turo, a la carencia de vitamina E y tantas otras patologías incluyendo los transtornos de coagulación. También acaparó gran parte de mi tiempo el Loxoscelismo cutáneo visceral. El estudio experimental de la acción del veneno de la Loxosceles laeta y el estudio de los mecanismos fisiopatológicos de la producción de este cuadro fue apasionante y nos permitió proponer un esquema terapéutico, que usado en el hospital evitó desde ese momento la muerte de los niños mordidos por la Loxosceles laeta. Este trabajo me dio grandes satis- facciones, en primer lugar, por haber evitado la muerte de muchos niños y por otro lado, me permitió iniciar el trabajo conjunto con alumnos de medicina y académicos de otras disciplinas como el Dr. Claus Behm de Fisiología y el Dr. Hugo Schenone de Parasitología, lo cual fue una experiencia muy enriquecedora que creo debería 142

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