Huella y presencia (tomo VI)

DRA. MIREYA BRAVO LECHAT año cuando pasaba visita el Dr. H. Ducci. Mirando hacia atrás creo que ese servicio era un ejemplo de "Paternalismo" entendido en el mejor sentido. El médico ejercía la profesión con gran autoridad, pero claramente su objetivo primero era siempre el bien del enfermo y la no maleficencia. La justicia se manifestaba al dar la mejor atención posible, por igual, a todo paciente que llegaba al Servicio. La autori- dad y sabiduría del Dr. Alessandri, junto a su preocupación paternal por el enfermo y por nosotros nos marcó profundamente. Conoci- mos lo que era la excelencia profesional. Sin duda tuvimos el privile- gio de estudiar medicina en "la época de oro de la medicina chilena". Junto a los "hechos clínicos" que habíamos empezado a aprender en semiología fuimos adquiriendo "valores" médicos, como el respe- to al enfermo, la satisfacción del trabajo bien hecho, el sentido de servicio y compromiso profundo con la vocación. En quinto año el curso de Psiquiatría nos mostró otra dimensión del hombre y del mundo. Recuerdo el susto con que entrábamos al S~rvicio de Psiquiatría que dirigía el Dr. A. Roa en la calle Olivos. Yo solía esperar que llegara algún compañero para tocar la puerta y en- trar. No me atrevía a cruzar los patios sola. Ya en la sala de clases todo cambiaba y el tiempo se nos hacía corto, asistíamos deslumbrados entrando a un mundo hasta ese momento desconocido y que nos des- pertó nuevos intereses por el ser humano. Terminado quinto año, ya nos sentíamos más incorporados a la Medicina y empezábamos a reconocer intereses particulares. Fue en esa época que yo comencé a interesarme por la Hematología que serían, junto a la Pediatría, las especialidades a que dedicaría la ma- yor parte de mi vida profesional. Durante el internado de Medicina interna empecé a asistir al labo- ratorio de Hematología del Servicio de Medicina del hospital del Salvador. Allí los Dres Carlos Guzmán y Raúl Etcheverry me enseña- ron no sólo clínica hematológica y morfología, que en esa época era una de las grandes herramientas diagnósticas, sino también a reali- zar todos los exámenes disponibles que permitían precisar causas y mecanismos de la patología hematológica. Aprendí a pensar fisiopatológicamente. El Dr. Guzmán venía lle- gando de una formación de postgrado en Estados Unidos y tenía particular entusiasmo por desarrollar técnicas para el diagnóstico diferencial de las anemias hemolíticas. Entusiasmo al que yo rápida- mente me asocié. Por otra parte, haber aprendido morfología con el Dr. Etcheverry fue un privilegio que aprecié durante toda mi prác- 139

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